En una aproximación macro económica y social, podemos afirmar que el sector rural de América Latina presenta dos grandes problemáticas: por un lado, el éxodo a las ciudades, por otro, el aumento incesante de las desigualdades y la extrema pobreza.
Según estimaciones recientes de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, perteneciente a Naciones Unidas), para el año 2050, el 95,6 % de los habitantes de la región vivirán en ciudades y pueblos, es decir que sólo 33 millones de personas formarán parte de la población rural. Cómo sostener el arraigo rural viene siendo un tema de preocupación de los Gobiernos y otras entidades relacionadas a la producción agropecuaria.
A esto se le suma que, en los próximos años, a causa del crecimiento poblacional mundial, la producción agrícola ganadera deberá ser suficiente para abastecer esta demanda. Con lo cual se plantea el interrogante sobre el rol que tendrá en los próximos años el sector rural.
Pero el panorama se complica aún más si tenemos en cuenta la situación medioambiental apremiante, cuyo desequilibrio nos ha colocado hoy en una crisis sanitaria planetaria a causa del coronavirus, producto de una zoonosis donde la pérdida de biodiversidad expulsa a las especies de su hábitat natural.
En este contexto, los sistemas productivos agropecuarios deben necesariamente transitar por el camino de la sustentabilidad para frenar el cambio climático y el desequilibro de todo nuestro ecosistema. La región latinoamericana es rica en recursos naturales y biológicos, pero también existe, según la Cepal y la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), una sobreexplotación de dichos recursos, lo que conduce a su degradación.
En el informe conjunto “Acciones para la transformación rural y agrícola de ALC (América latina y el Caribe)”, estas entidades plantean que frente a estos desafíos “se requieren nuevos paradigmas”.
Por su parte, desde Fepale (Federación Panamericana de Lechería) auguran un promisorio futuro de las pequeñas unidades productivas lecheras como determinantes de un desarrollo económico sustentable que contribuya a reducir la pobreza y lograr una ocupación más equilibrada del territorio.
De los 33 millones de personas en el campo, entre el 20 % y el 30 % estaría vinculado con la producción de leche, lo que pone de manifiesto “la importancia de esta actividad en la ocupación y el desarrollo de los territorios rurales”, según expresa un reciente informe de Fepale sobre la cadena láctea de América Latina (2021).
A pesar que, según los estudios de la Cepal, hace décadas que la tendencia en la región es hacia menos unidades productivas y más grandes, lo cierto es que las más pequeñas, del tipo campesino, proporcionan una fuente regular de alimentos, localmente y familiarmente. De ahí la importancia que la entidad panamericana encuentra en estas pequeñas unidades productivas para el recupero de la nutrición y como factor destacable para combatir la pobreza.
Estos pequeños tambos reactivan la economía doméstica, según destaca Fepale y agrega que “además de generar empleos primarios, contribuyen a dinamizar zonas rurales y pequeñas poblaciones mediante la creación de empleo en el procesamiento artesanal o en pymes (quesos, quesillos, cuajadas, etc.), con un impacto positivo en el desarrollo de los territorios”.
Además, incide favorablemente en la creación de empleo para las mujeres, permitiendo abrir paso a su autonomía económica y mejorar las situaciones de desigualdad por género que suele ser moneda corriente, en particular en las actividades rurales.
Finalmente, la Fepale también destaca la sustentabilidad que ofrece la lechería para el cuidado del medio ambiente, siendo una actividad permeable a la implementación de economías circulares: “Existen experiencias exitosas en la región que demuestran el potencial de la producción de leche para generar modelos integrados de cadena —entre pequeños productores y el sector privado— mediante esquemas asociativos de articulación comercial, lo que promueve la sustentabilidad y el desarrollo de este segmento sin la necesidad de una permanente intervención estatal o de un continuo apoyo de programas internacionales”.
Comparativamente con la actividad agrícola, la lechería propicia una mayor tasa de participación laboral, las superficies de trabajo son menores, en general, y se requiere más trabajo por unidad de producto.
Respecto a las consecuencias positivas de un mayor desarrollo de las pequeñas unidades productivas lácteas, la FAO también coincide en que el desarrollo de éstas es un “instrumento sostenible, equitativo y poderoso para lograr el crecimiento económico, la seguridad alimentaria y la reducción de la pobreza”.
Según el organismo internacional, la lechería como actividad productiva es una fuente regular de ingresos, proporciona alimentos nutritivos, diversifica los riesgos, mejora el uso de los recursos, genera empleo, crea oportunidades para las mujeres y proporciona estabilidad financiera y posición social.
Hasta aquí, podemos concluir que el desarrollo de pequeñas unidades productivas lácteas, del tipo campesino o pequeñas empresas, son la clave para establecer un nuevo paradigma económico y social, que dé fuerza al inmenso poder del campo y sus trabajadores, reduciendo las desigualdades con el mundo urbano, en cuanto a acceso a servicios y escala salarial, permitiendo un desarrollo de las economías familiares y movilizando el mercado doméstico.
Para todo ello es necesario, además, no solo el trabajo colaborativo de los agentes involucrados y de las entidades agropecuarias, sino fundamentalmente el desarrollo de políticas públicas consistentes, perdurables en el tiempo, con una proyección de futuro y no meros parches coyunturales.
En una nueva aproximación a esta problemática y su promisorio porvenir, avanzaremos sobre casos concretos de desarrollo de pequeñas unidades productivas lácteas sustentables y movilizadoras de la economía.