Tenía el padre de Gonzalo Agüera unas veinte vacas en la cuadra de la que probablemente es la casa más vistosa de Corniella. Eran tiempos en los que se comía ‘de casa’, y lo que sobraba se vendía en Tineo o se trocaba con los vecinos. Las cosas iban. No se nadaba en la abundancia, pero era la forma de vivir tradicional. Y valía.
Pero en las últimas décadas el mundo ha acelerado su evolución, y lo que siempre valió dejó de hacerlo. La venta directa y el trueque dejaron de ser posibles o, al menos, legales. El cambio se impuso, para bien y para mal. De pronto, tener 20 vacas servía de poco. No se podía vender su leche más que a unos pocos compradores más o menos industriales, y los precios bajaron. Tanto, que Gonzalo, ya en edad de dirigir la explotación familiar, comenzó a cavilar.
«Para ganar algo de dinero había que producir mucha leche, ya que el margen es muy pequeño. Y para producir más leche, además de comprar más vacas, había que comprar cuota lechera», recuerda. Eran los primeros años de este siglo, y mientras muchos ganaderos de leche de vaca desistían, Gonzalo optó por dar un giro. No quería dejar Corniella. Así que hizo números, indagó en el mercado y en la estructura de comercialización y, vaya, resultó que el negocio estaba en las cabras.
Una fuerte inversión en una gran nave (aún la está pagando) y en las primeras chivas dio pie a que Gonzalo pudiese seguir trabajando en su pueblo, con su padre, con su hija y con tres nuevos trabajadores (uno búlgaro, otro marroquí y uno más de Vegadeo). ¿El truco? La leche de cabra cuenta con mucha más demanda que oferta en España. El precio que cobra el ganadero, gracias también a la creación de una cooperativa especializada, es de casi el doble (unos 65 céntimos) que la de la leche de vaca y los costes, también más altos, dejan, eso sí, un margen mucho más amplio.
Y algo que él no se esperaba: el sudeste asiático reclama leche de cabra en enormes cantidades, dado que por una parte es la más similar a la humana y, por otra, no les causa problemas de intolerancia a la lactosa que la mayor parte de la población de extremo oriente sufre.
El negocio está en la leche de algo más de 1.200 cabras, de las que las de raza murciano granadina producen unos 650 litros al año, con un gran rendimiento quesero (un kilo de queso precisa 5 o 6 litros de leche de esta raza), y las alpinas dan unos 1.100 litros anuales, de una calidad inferior, compensada por la cantidad. Además, la granja de Gonzalo da muchos cientos de cabritos cada año (las madres vienen a tener un parto por año, con una media de 2,2 cabritos). Los machos se venden todos, casi a pre con los costes que suponen. Algunas hembras se dejan para recría. Costes. Beneficios. Mercados. Futuro. «El cliente está -asume Gonzalo- dando la vuelta al mapa del mundo».