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4 Dic 2024
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Durante 17 años de administraciones coloradas y blancas, dejó de remitir leche un tambo cada 46 horas.

“Está cerrando un tambo cada 40 minutos”, denunció el precandidato nacionalista Jorge Larrañaga en un reciente debate televisivo. De ser verdadera la afirmación, en pocos días nos íbamos a quedar sin leche siquiera para cortar un café. No lo es, pero el reconocimiento del lapsus no evitó que los memes saturaran las redes sociales. Lo que sí es cierto es que el número de tambos que cierran se ha constituido en un proyectil contra la gestión gubernamental desde que fuera lanzado a inicios del año pasado por el colectivo Un Solo Uruguay. Además de Larrañaga, otros políticos opositores también se han hecho eco del argumento con creciente frecuencia. Pero, ¿qué hay de cierto y qué se sabe al respecto a partir de la información procesada y publicada por la Dirección de Información Estadísticas Agropecuarias (DIEA) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca?

Si partimos de los datos de 1987, se constata que desde esa fecha el número de remitentes a las distintas plantas industrializadoras ha tenido un declive continuo. Se pasó de unos 6.700 remitentes registrados ese año a 3.450 en 2004. Por tanto, la disminución en ese período de 17 años, bajo administraciones coloradas y blancas, fue de 191 remitentes por año, es decir, uno cada 46 horas.

Analicemos lo ocurrido bajo administraciones frenteamplistas. Durante el primer gobierno el número de remitentes se mantuvo más o menos constante en alrededor de 3.400 –quizá un efecto rebote luego de la gran crisis económica de 2002–, pero a partir de 2008 se retomó la tendencia descendente y cayeron hasta los 2.716 remitentes en 2016. El promedio fue en este caso de 95 remitentes menos por año.

Ambos períodos referidos tienen en común también que la disminución de remitentes se correlaciona en forma inversa con la cantidad de leche remitida diariamente desde cada establecimiento. En el primer período pasó de un promedio de 262 litros a 1.014 litros diarios y durante el segundo desde ese volumen a 1.832 litros diarios. La disminución de establecimientos lecheros no sólo no afectó la remisión total láctea en el país, sino que incluso la leche producida aumentó en forma sistemática e impactante. Entre 2005 y 2016, la remisión total aumentó 34%, pasando de 1.351 a 1.816 millones de litros anuales.

Otros indicadores pueden dar pistas sobre qué está por detrás de esa constatación. Por ejemplo, el número de vacas en ordeñe. Si bien hubo un pequeño incremento en su número entre 2005 y 2011, luego la cantidad se mantuvo constante en alrededor de 320.000 cabezas. Se deduce que la producción individual ha venido en aumento: pasó de 4.000 litros anuales por vaca masa en 2005 a 4.700 litros en 2017. Esto no es casualidad: hubo políticas y mejoras técnicas que llevaron a eso.

Hay que considerar que el número de establecimientos de lechería comercial registrados es mayor que el de los remitentes a plantas propiamente dicho, pues, entre otros motivos, hay productores queseros artesanales. De acuerdo con la DIEA, de 4.538 tambos comerciales existentes en 2009 se pasó a 3.718 en 2016, una reducción en promedio de 117 tambos por año. La información de la DIEA discrimina por tamaño, de manera que se constata que 93% de los que desaparecieron eran establecimientos pequeños (menores de 50 hectáreas y de entre 50 y 199 hectáreas). Los tambos medianos y grandes (de 200 a 499 hectáreas y de más de 500 hectáreas) prácticamente han mantenido su número estable. A su vez, la superficie total de tambos se ha sostenido en poco más de 800.000 hectáreas con escasa variación a lo largo del tiempo, de lo que se concluye que la superficie de tambos pequeños cerrados ha ido siendo absorbida productivamente por los de mayor tamaño, y por tanto aumentando la superficie promedio de estos últimos.

¿Un fenómeno autóctono?

Es importante preguntarse si esa disminución estructural del número de tambos es una característica propia de nuestro sistema productivo. La información comparativa internacional muestra que no es así. Por ejemplo, en 1988 existían en Argentina 30.131 tambos que fueron disminuyendo hasta llegar a unos 15.000 en 2002 y actualmente hay unos 10.720. Ese descenso del número de tambos ocurrió a una tasa anual de 3,4%. Por su parte, en Nueva Zelanda –país tomado frecuentemente como referencia en producción agropecuaria– también hubo un descenso importante. Entre 1997 y 2007, cerraron en promedio 300 tambos por año y el fenómeno continúa ocurriendo aunque en forma menos intensa. En 2017 cerraron 158 tambos, 1,4% del total. Conviene recordar que el sistema productivo lechero neozelandés tiene importante diferencias con el nuestro, como ser que los rodeos de menos de 200 vacas representan sólo 18% del total, mientras que en Uruguay corresponden a 75% de los tambos. Los datos de ese país muestran un proceso de escalamiento en superficie y en número de animales por tambo. En los últimos 20 años prácticamente se duplicó tanto la superficie promedio de los tambos como el número de animales, que actualmente promedia las 441 vacas por establecimiento.

Las tendencias generales operadas en Uruguay (menos tambos, más producción por vaca, etcétera) tienen correlato internacional y se vinculan con mejoras en la eficiencia económica mediante el escalamiento en superficie, así como del progreso técnico asociado. Cuál es el óptimo de tamaño de un tambo surgirá de considerar varios factores, además de particularidades nacionales. Existen distintos modelos a nivel internacional con fuerte incidencia en esto, como por ejemplo si la alimentación es de base pastoril o estabulada. Los tambos que están distanciados de ese óptimo obviamente tenderán a tener menos rentabilidad. Pero en cualquier caso, lo que la realidad muestra es que la disminución del número de tambos lecheros ha sido un fenómeno estructural, que en Uruguay tiene más de 30 años y ha ocurrido a una tasa promedio de 3-4% anual sin mayor variación durante los últimos gobiernos.

La competitividad de la lechería uruguaya históricamente ha sido buena, pero nuestros competidores internacionales han venido mejorando con rapidez, lo que nos desafía. Por eso, la cadena láctea debe ser analizada como tal, de modo de ubicar restricciones actuales y oportunidades de mejora en todos sus eslabones, en un contexto internacional de mayor competencia. El eslabón primario, los tambos, presenta problemas que no son homogéneos y que se vinculan, por ejemplo, con el uso y la productividad de la tierra y con el progreso tecnológico incorporado en la unidad. Existen diversos estudios que muestran ese escenario y las oportunidades de mejoras en donde poner foco.

Frecuentemente se sostiene que los habitantes de la capital desconocen la vida agropecuaria. Flaco favor hacen nuestros políticos opositores de primera línea para superar esa situación si en lugar de exponer de modo comprensivo los factores implicados en las problemáticas productivas optan por utilizar eslóganes que distorsionan la realidad. Luego, que no se quejen del hazmerreír en que los convierten sus involuntarios lapsus.

Edgardo Rubianes es doctor en Biología y fue presidente de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación

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