La tesis doctoral de la comunicadora María Ruiz Carreras desvela los mecanismos del lobby lácteo para adaptarse a los debates de la sociedad y esquivar su responsabilidad en temas como la explotación animal o el impacto climático

“La industria láctea pone hierba o imágenes de pastos hasta en las notas de prensa”, explica María Ruiz Carreras poco después de presentar su tesis doctoral, ‘Grupos de interés, discurso y guías dietarias. El caso de la Industria Láctea Europea’, que ha obtenido una calificación excelente cum laude, con mención internacional. La investigación, dirigida por Núria Almirón, doctora del Centre for Animal Ethics de la Universidad Pompeu Fabra, desvela el uso de elementos naturales, colores como el verde o el azul, entre otros elementos para transmitir unos mensajes en su comunicación que poco tienen que ver con la realidad de las granjas. “La industria pone mucho énfasis en el medio ambiente, pero parece muy desafortunado, ya que el pastoreo está en declive en muchos países de Europa, donde tienen hasta atadas a las vacas para la producción de leche”, explica Ruiz Carreras.

La comunicadora ha podido analizar 98 documentos públicos en los que la industria trata de hacer una narrativa propia de manera activa, pero también reactiva a las críticas que desde el ecologismo, los derechos animales y la sociedad se hacen de su actividad. “La propuesta era analizar el discurso de los grupos de interés de la industria láctea a nivel europeo con una premuestra de 200 documentos”, explica la autora de la tesis. A diferencia de otras cuestiones que tienen que ver con lobbies, fueron muy fáciles de encontrar, “ya que son documentos pensados para que políticos y periodistas los encuentren y los usen”. Los resultados del análisis son claros: las empresas lácteas tratan de normalizar y naturalizar la explotación de las vacas, cosificando a estos animales y a sus crías, y negando su capacidad de sintiencia, autonomía e individualidad.

Al ser preguntada por su interés en este sector, María Ruiz Carreras destaca sus números, tanto por la importancia que tiene en Europa como por el sufrimiento a lo largo del tiempo que genera en los animales. “Si miramos la cantidad de animales que sufren explotación, podría haber elegido los peces o los gallos y las gallinas. Vacas hay menos en cantidad, pero su explotación dura más. De hecho, podrían llegar a vivir 20 años, pero duran entre tres y cinco años por la explotación que sufren, y en ese tiempo lo pasan muy mal”, explica. La ya doctora acota geográficamente su estudio en Europa, ya que es especialmente interesante cómo actúan los lobbies en la legislación de la Unión Europea, los think tank y las uniones empresariales.

De hecho, la UE es la líder mundial en la producción de leche de vaca, representando el 30% de la producción ganadera y el 13% de la agrícola. El final de las cuotas lácteas, la disminución del consumo dentro del entorno europeo y la fragilidad de las exportaciones han hecho que dependan mucho de las ayudas públicas. Unas subvenciones que pasan por hacer ver sus productos como esenciales para la alimentación. “La industria láctea presiona para estar en las guías dietéticas, presiona para estar lo mejor situada posible, para que nunca se hable en negativo desde los gobiernos o las instituciones, y presiona para que no se hable de temas que no le interesan”. Un ejemplo de esta presión sería el semáforo nutricional, que es rechazado por la industria en favor de otros sistemas, ya que podría perjudicar en productos que tienen alto contenido en azúcar, grasas o aditivos.

Esta presión surge de instituciones como European Dairy Association (EDA), European Milk Board (EMB) o The European Food Information Council (EUFIC). Unas instituciones nada conocidas por el consumidor final pero que los legisladores europeos conocen de cerca. Unas siglas, recuerda Ruiz Carreras, que muchas veces están detrás de los estudios científicos que avalan los supuestos beneficios de los productos lácteos. “Los tres públicos fundamentales a los que van, aunque quieren llegar a todos, incluso a intolerantes, son embarazadas, menores y personas mayores. Usan un lenguaje científico y sanitario, apelando a la salud tanto de forma positiva como negativa. Usan sentencias como ‘los niños deben tomar tantos productos lácteos al día’ y hablan de supuestas consecuencias en el crecimiento o en el embarazo si no se ingieren”, comenta la investigadora.

Una estrategia que viene de largo, advierte la tesis, ya que la industria láctea se apoya cada vez más en campañas subvencionadas por el dinero público para promover el consumo de estos productos. “Para ellos es importante que se tomen alimentos lácteos desde la infancia, y así fidelizar clientes para toda la vida. Incluso si supone meterse en que los bebés pueden alimentarse de sus madres o en hablar de la osteoporosis”. Y es que este sector se juega mucho dinero, ya que, en volumen de negocio, representa en la industria manufacturera el 15,4% del total, seguido por la industria de la automoción (13%), maquinaria y equipamiento (9%), y productos petrolíferos (7,8%). Una industria masiva que cuenta con 12.000 puntos de producción en todo el territorio europeo y alianza con más de 700.000 granjas en Europa, según el Informe 2017/18 de EDA.

Terneros, un problema del que la industria nunca habla

Uno de los puntos más sensibles a la hora de la comunicación de la industria láctea es el tema de los terneros. “La explotación de las vacas por su leche es una explotación muy concreta”, explica Ruiz Carreras. “Muchas veces no pensamos en ello, pero si no las embarazan, si no las inseminan artificialmente, la leche no fluye. Esos terneros que nacen cada año, a los que la industria llama “subproductos”, si son machos van al matadero para acabar como pienso de otros animales o productos similares, mientras que si son hembras serán destinadas a producir leche”. Una realidad que rara vez sale en los anuncios de leche y que la industria láctea nunca menciona en sus comunicaciones, tal y como se desprende en esta investigación. De hecho, la investigadora se pregunta hasta qué punto es consciente la sociedad de que sin la fecundación y nacimiento de esos terneros no existiría la leche, al igual que pasa en otras hembras mamíferas, como las mujeres. “Creo que si las activistas por los derechos animales insistieran sobre el problema que representan los terneros, si mostraran las escenas de dolor cuando el granjero aparta a una cría de su madre, el resultado sería distinto”, opina.

La capacidad de sentir o de sufrir de los animales explotados no está en el repertorio de mensajes que lanza la industria láctea. “Son muy conscientes de sus puntos débiles, así que adaptan su narrativa a determinadas cuestiones públicas. La capacidad de sintiencia, frente a la mera reacción ante estímulos, es un hecho que, desde el punto de vista de la ética animal, hace merecedores a los individuos que la poseen de la garantía de una serie de derechos”, explica María Ruiz Carreras en su estudio, donde concluye que, sin embargo, “a través de los textos elaborados y difundidos por la industria, se obvia esta capacidad, estableciendo una supresión del sufrimiento que padecen los actores sociales bóvidos, las vacas explotadas por su leche, así como una supresión de su individualidad y de su capacidad de acción, a través del recurso de la no mención de los individuos”.

Problemáticas, también, como las denuncias por maltrato animal. “En el estudio realizado, desde 2008 a 2018, se ven claras las menciones al bienestar animal, es decir, la industria está claramente adaptada al debate social. Algo presente de forma muy estable en toda la década analizada”. Por eso destaca en el estudio que “no se menciona directamente el sufrimiento animal en general, ni las enfermedades o dolencias que puedan padecer”. La estrategia para evitar esto, señala la tesis doctoral, pasa por comparar la actividad ganadera con la de cosechar plantas. Un ejemplo de ello es este texto analizado: “La leche se deriva de animales y, aunque hay ciclos de producción como en muchos otros sectores agrícolas, el ‘periodo de cosecha’ y el ‘periodo de procesamiento’ en los productos lácteos son esencialmente diarios (EUCOLAIT)”. También resalta el recurso de apelar a la naturalidad del proceso, como si la inseminación artificial o la mecanización de la extracción de leche lo fueran. Por eso, la industria se guarda mucho de que se vea esta parte de su día a día y lo cambia por otras imágenes idílicas de vacas en libertad. Algo que en los países del sur de Europa empieza a ser un mero recuerdo.

¿Y qué hay de las leches vegetales?

En el estudio se destaca que mientras alaban las propiedades casi curativas de la leche de vaca, la industria descalifica las alternativas vegetales a estas. Algo sorprendente, ya que la mayoría de las empresas lácteas ya cuenta en el mercado con una línea de producto de bebidas vegetales. “Es parte de su doble juego. Mientras la ciencia demuestra que su industria es negativa para el medio ambiente, ellos hacen campaña diciendo que es beneficiosa. Lo mismo ocurre con las bebidas vegetales: por un lado, dicen que la leche vegetal no puede ser un sustituto porque no tiene los mismos componentes nutricionales, e incluso llegan a querer prohibir ese nombre, pero a la vez se preparan y amplían su gama de producto”. Unos productos vegetales que tienen una imagen y un nombre distintos a los de los productos lácteos de la misma empresa y que el consumidor muchas veces no asocia.

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