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3 Dic 2024
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El agro francés, el más proteccionista, subsidiado, y no competitivo del mundo, es incapaz de competir con la producción agroalimentaria de Argentina y Brasil. Nada de esto tiene que ver con la preocupación por la “biodiversidad y el medio ambiente”.
MERCOSUR
“El acuerdo con el Mercosur es muy malo. No hay nada en él que tenga en cuenta la biodiversidad y el clima”
Con una elegancia y precisión verdaderamente cartesianas, el presidente Emmanuel Macron de Francia le notificó al pueblo brasileño y en especial al mandatario Luiz Ignacio Lula Da Silva en el Foro económico de San Pablo que el acuerdo de libre comercio Unión europea / Mercosur negociado a lo largo de 20 años y en el que se habría llegado a un punto final en Bruselas 2019, estaba muerto y liquidado.

El presidente Francés dio sus razones: “El acuerdo con el Mercosur es muy malo. No hay nada en él que tenga en cuenta la biodiversidad y el clima”; y agregó con un abierto tono futurista: “Hay que terminar con el pacto del Mercosur de hace 20 años; se requiere un nuevo acuerdo que sea responsable desde el punto de vista del desarrollo del clima y la biodiversidad”.

Ocurre que, a diferencia de lo que postula Macron, Francia no tiene el monopolio de la inteligencia y la lucidez europea. Por eso Alemania, la mayor economía de Europa, y de lejos la primera potencia industrial del Continente, respalda plenamente el acuerdo con el Mercosur concluido en 2019, y advierte que los intereses manufactureros del continente exigen el acceso preferencial a las grandes economías de América del Sur, y en especial a Brasil y la Argentina.

Brasil es la décima economía del mundo, y crece por año 3% anual, y lo mismo señala los Países Bajos, España y las tres naciones escandinavas, todos ellos grandes protagonistas del comercio internacional.

Lo que sucede es que Macron se ve forzado a satisfacer la exigencia insurreccional de los agricultores europeos, y en especial los franceses, que son los más proteccionistas subsidiados, y no competitivos del Continente.

El inconveniente que tiene el Cartesianismo de Macron es que la rebelión de los productores europeos carece de preocupación alguna por la “biodiversidad y el Medio Ambiente”; y por eso le han exigido exitosamente a Úrsula von der Layen, Presidenta de la Comisión Europea, Organismo ejecutivo de la entidad, que retire la agenda ambiental del Parlamento de Estrasburgo, a lo que ha accedido plenamente, al retirar la prohibición del uso de pesticidas que en un momento de fervor ecológico que ha quedado atrás había presentado a la consideración parlamentaria.

Lo que llevó a Úrsula Von de Layen a dejar de lado sus convicciones ambientalistas fue la parafernalia desatada por miles de tractores en las calles de Bruselas.

El sector más retrógrado es por cierto el agro Francés, que es al mismo tiempo absolutamente incapaz de competir internacionalmente, y que incluso pierde posiciones frente a las importaciones extranjeras en su propio mercado interno.

El Senado Francés, controlado por el Gaullismo, advirtió que Francia es el único de los grandes productores agroalimentarios en el que todos los sectores retroceden simultáneamente, lo que significa que hace 20 años era el 10º exportador mundial, y ahora se ha derrumbado al número 50; y que las importaciones fructíferas extranjeras, sobre todo provenientes del Norte de África controlan más de 40% de su mercado doméstico, lo que ha ocurrido en los últimos 10 años.

Francia, en síntesis, experimenta una etapa de creciente “degradación” agroalimentaria, lo que subraya con precisión cartesiana- es también dispone de este acervo de la cultura nacional- el Senado Gallo.

Nada de esto tiene que ver con la preocupación por la “biodiversidad y el medio ambiente”.

El problema es otro: es que el agro francés, el más proteccionista, subsidiado, y no competitivo del mundo, es incapaz de competir con la producción agroalimentaria del Mercosur, y en especial la de Brasil y la Argentina.

De ahí que la “economía agrícola francesa sea deficitaria frente al mundo entero”, como subraya implacablemente el Senado Gaullista, que todavía intenta pensar con las categorías de la “grandeza francesa” que inspiró el General de Gaulle.

El mínimo rigor de pensamiento obliga a los países del Mercosur a pensar urgentemente una alternativa ante el cerril reaccionarismo francés.

Por eso hay que mirar al Asia, y en especial al mercado chino, sobre la premisa (profundamente Gaullista) de que la política internacional es un mundo de realidades y no de ideologías; y que en Asia está el eje de la demanda mundial de agroalimentos; y es por eso que el Mercosur tiene un carácter absolutamente complementario y de necesaria interdependencia con el Mercado asiático, y en especial con China.

Por su parte Europa se sumerge cada vez más en una profunda crisis de identidad, y ocupa un papel cada vez más irrelevante en el sistema global, lo que implica que –encabezada por Francia- deja a cargo de sus intereses estratégicos de largo plazo y a su seguridad alimentaria a sus sectores más reaccionarios y proteccionistas, como son los franceses, a los que el presidente Macron ha decidido sumarse.

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