Por su parte, La Montevideana estuvo alejada del mercado hasta su regreso en 2005. Esto no solo marcó el retorno de la etiqueta a las heladeras, sino que también significó una vuelta a sus orígenes rosarinos.
La Argentina tiene una larga tradición heladera. Si bien el segmento artesanal tiene un peso importante, los helados industriales locales también cuentan con grandes exponentes.
Uno de ellos es La Montevideana, que supo ser uno de los dos jugadores más relevantes dentro del rubro en los 90. Desde hace más de 15 años apostó a sus orígenes para volver a ganar espacio.
La historia de la compañía empezó en 1941 cuando la familia Bakst llegó a Rosario desde su Uruguay natal. Poco después abrieron una confitería con producción artesanal de helados bajo el nombre La Uruguaya. Este emprendimiento, liderado por Jacobo Bakst, creció exponencialmente y en 1967 se mudaron a un local más grande. En la planta baja atendían su comercio, mientras que en el primer piso construyeron su hogar.

En 1970 lanzaron dos unidades de negocio: el desarrollo de una línea pensada para gastronomía y una pata de helados impulsivos bajo la marca La Montevideana. El ícono de la etiqueta pasó a ser un camión de helados sonriente, que luego se transformó en moneda corriente en las heladeras de los kioscos a nivel nacional.
Junto a Laponia y Noel, La Montevideana pasó a ser uno de los grandes jugadores del segmento de helado industrial. Y con la llegada de players internacionales, su estructura y capacidad de producción se volvió atractiva. Fue así que a principio de los 90, Philip Morris adquirió la empresa y su fábrica rosarina.
No obstante, la tabacalera, que desarrollaba su negocio alimenticio a través de Kraft, no tuvo la marca durante mucho tiempo. Antes de desprenderse de este vertical, lanzó algunos productos, como el helado Milka, el Shot y el palito de agua Fruttare. La compradora fue Unilever que se hizo con la firma que, en ese entonces, ostentaba casi un tercio del mercado industrial.
Pero el plan del holding era aprovechar la capacidad productiva de la empresa para su propia línea, Kibón. Esto duró hasta el 2000 cuando Unilever cerró la planta y trasladó la elaboración a Brasil debido a un plan de recorte de costos global. Los Bakst se quedaron con su antigua fábrica y crearon Panda Helados. Esta marca se mantuvo hasta su cierre definitivo en 2011.
SIEMPRE ESTUVO CERCA
Según Puntobiz, la compañía Monthelado se quedó con la licencia por $ 250.000. Esta sociedad estaba conformada por la familia Comanducci, dueños de Com-Com, uno de los grandes jugadores del negocio de los helados en el mercado santafesino.
Para relanzarla, Monthelado adquirió la histórica fábrica de La Virginia en Rosario e invirtió $ 20 millones para reacondicionarla. La planta abrió sus puertas en noviembre de 2007 con una capacidad para elaborar cerca de 20 millones de litros de helado por año. Cinco años más tarde iniciaron su plan de exportación en la región a través de una alianza con Unilever en Chile y Brasil.

En tanto, también se convirtieron en fabricantes para otras compañías del rubro. Desde 2018 La Montevideana es la encargada de elaborar los helados Freddo, que bajó la persiana de su pata productiva para concentrarse en un negocio de franquicias.
En su sitio, Monthelado detalla que fabrica alrededor de 1500 kilos de helado por día para sus diversos verticales, desde impulsivos hasta hogareños, y tiene presencia en más de 20.000 puntos de venta en el país.