Aunque en los últimos años circula la idea de que el consumo de lácteos podría ser un factor desencadenante de cáncer, la evidencia científica muestra que se trata de un mito y que en realidad ocurre todo lo contrario: según especialistas en nutrición y gastroenterología incluir lácteos en la alimentación de todos los días ayuda a mantener en equilibrio la microbiota, y si tenemos una microbiota sana y diversa somos menos proclives a enfermarnos.
En el ámbito de la nutrición circulan teorías y mitos a tal velocidad que a veces resulta difícil frenar a tiempo esa ola de información falsa que se instala como verdad en ciertos sectores. Uno de los mitos que se ha propagado con fuerza es que los lácteos causan cáncer.
Luego de una revisión exhaustiva de la evidencia científica disponible, la doctora en Nutrición María Elena Torresani (M.N. 936) y el médico gastroenterólogo José Tawil (M.N. 77766) afirman que no solo se trata de un mito, sino que ocurre todo lo contrario: el consumo de lácteos cumple un rol fundamental en el mantenimiento del equilibrio de la microbiota -el conjunto de bacterias buenas que conviven en nuestro intestino- y esta armonía evita la presencia de microorganismos productores de toxinas y metabolitos que estimulan la actividad inflamatoria y fomentan la estimulación de sustancias que pueden provocar cáncer.
Múltiples propiedades asociadas a la salud
“Los lácteos no producen cáncer y sí, en cambio, tienen múltiples propiedades asociadas a la salud. Entre algunas de ellas, las leches fermentadas y los yogures con probióticos, en particular, ayudan a mantener el equilibrio de la luz intestinal y evitan la acción de bacterias agresivas”, asegura Tawil.
La directora de la Carrera de Especialistas en Nutrición Clínica coincide con Tawil y agrega: “El consumo de leche y sus derivados se relaciona con la disminución de hasta un 20% del riesgo de desarrollar cualquier tipo de cáncer colorrectal. El calcio contenido en los lácteos es uno de los potenciales mecanismos sugeridos que explicarían este menor riesgo de sufrir ese cáncer y se ha sugerido que este elemento podría ejercer efectos antitumorales mediante diferentes mecanismos.
Además, otros componentes naturalmente presentes en los lácteos como el ácido butírico, la lactoferrina, el ácido linoleico conjugado y la vitamina D en los lácteos fortificados, también podrían tener un efecto protector. Si bien es cierto que varios estudios epidemiológicos han explorado la asociación entre el consumo de lácteos y el riesgo de varios tipos de cáncer, la evidencia de la investigación primaria sigue siendo poco concluyente y controvertida. No existe evidencia sólida que vincule los productos lácteos con ningún tipo de cáncer”.
Sobre lo que sí hay evidencia concluyente –afirma Torresani– es sobre el papel de la microbiota y su desequilibrio en diferentes enfermedades entre las que se encuentran algunos tipos de cáncer: “En los últimos años, cada vez más evidencias señalan el papel clave del microbioma y su desregulación, en enfermedades que afectan otros órganos y sistemas, además del intestinal. Ampliamente estudiada y conocida es la función inmune que ejerce la microbiota en el organismo. Sin embargo, también deben destacarse otras funciones, entre ellas, un efecto barrera donde el intestino se enfrenta a un importante desafío: por un lado, tolerar las bacterias beneficiosas de la microbiota y por el otro, oponerse de forma eficaz a la colonización de las bacterias peligrosas, denominadas patógenas. De hecho, algunas bacterias de la flora intestinal podrían tener una función protectora y otras, una función inductora de enfermedades inflamatorias y metabólicas”.
“Una de las funciones que cumple la microbiota es la de controlar factores que promueven inflamación y tumores, por lo que cuando nuestra microbiota se altera se favorece la activación de circuitos favorecedores de desarrollo de cáncer”, sintetiza Tawil.
“La respuesta del cuerpo al cáncer no es un mecanismo único y no es nueva la relación entre la inflamación y esta enfermedad. En 1863, Rudolf Virchow, científico y médico patólogo alemán, encontró que en los tejidos con inflamación crónica, provocada por algunas clases de irritantes, junto con la lesión de tejido y consiguiente inflamación, se potenciaría la proliferación celular. La inflamación crónica es capaz de promover la tumorigénesis (desarrollo del tumor), el crecimiento de células cancerosas, su progresión y la diseminación metastásica, a través de la activación plaquetaria y estimulación de las citoquinas proinflamatorias que se encuentran en los tumores. Por eso, algunos autores hacen el parangón de que si el daño genético es el ´fósforo que enciende el fuego´ del cáncer, algunos tipos de inflamación pueden proporcionar el ´combustible que alimenta las llamas´, continúa Torresani.
Y aclara: “No obstante el cáncer es una enfermedad compleja influenciada por una interacción entre factores ambientales y genéticos del huésped. Los datos epidemiológicos indican que aproximadamente del 15 al 20% de los cánceres se originan a partir de una inflamación crónica y persistente, que podría ser causada por infecciones o factores no infecciosos, como estímulos inmunes o estímulos medioambientales. Para contrarrestar esta alteración la manipulación de las poblaciones bacterianas del intestino podría ser clave y ayudar a la prevención y el tratamiento de diferentes tipos de cáncer”.
Una microbiota sana
Existen diversas estrategias para cuidar nuestra microbiota y asegurarnos de que se mantenga en equilibrio. Dado que la microbiota se hereda, desde la fecundación la mamá puede prepararse para que su microbiota sea saludable. “El tipo de parto (que sea vaginal), así como una lactancia materna prolongada, contribuyen sin duda a lograrlo. Pero también es fundamental el tipo de alimentación al que adhiera, así como después resulta relevante la dieta complementaria del niño a medida que éste crece y luego en su vida adulta. La nutrición puede ser un modulador clave de la composición microbiana intestinal y la función de barrera”, aclara Torresani.
De acuerdo con la especialista, “es fundamental alimentarse bien incorporando factores antiinflamatorios a través del consumo de alimentos fermentados y en lo posible con probióticos (como es el caso de algunos yogures) así como también del consumo de fibra de los vegetales y frutas, legumbres, cereales, frutos secos, semillas y pescados azules”. Su incorporación produce el equilibrio de la microbiota, promoviendo un cambio hacia diferentes tipos de bacterias beneficiosas e inhiben la proliferación de bacterias nocivas”.
Asimismo la directora de la Carrera de Especialistas en Nutrición de la UBA asevera que “es importante evitar o consumir la menor proporción posible de los factores dietéticos proinflamatorios que pueden inducir y agravar la situación. El exceso de consumo de grasas saturadas de cadena larga, grasas hidrogenadas, grasas trans sintéticas, baja ingesta de vegetales y frutos secos, bajo consumo de omega 3, exceso de azúcares simples, déficit de aminoácidos esenciales y micronutrientes como vitaminas y minerales, agravan el estado proinflamatorio”.
Por último existen otros factores no nutricionales como son el estrés, no estar en contacto con la naturaleza de manera regular y el mal uso de antibióticos, muchas veces innecesarios, que pueden tener efectos negativos al alterar la estabilidad de la composición natural de la microbiota intestinal.
El efecto protector de los probióticos
“Tanto las bacterias residentes en el intestino como los probióticos (que pueden encontrarse en algunos yogures, por ejemplo) pueden fabricar moléculas capaces de inhibir el crecimiento tumoral y prevenir la carcinogénesis. Este dato ha abierto nuevas oportunidades para la prevención, el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento del cáncer. De esta forma, tanto las intervenciones nutricionales como el manejo de los probióticos pueden ayudar a controlar la inflamación crónica y favorecer el control del tumor, formar parte de la terapia antineoplásica para mejorar la respuesta al tratamiento, y además aliviar los síntomas secundarios a la toxicidad de los mismos”, expone Torresani.
Estar atentos a lo que comemos, así como a la información que consumimos es importante para asegurarnos un futuro saludable. La consulta con un profesional es siempre la mejor manera de evacuar dudas sobre temas vinculados con la alimentación, que no es otra cosa que la base del funcionamiento de nuestro organismo y nuestro bienestar.
Torresani cuenta por qué surgen los mitos en relación con ciertos alimentos
-Debido a la falta de alta evidencia en los estudios de investigación, las conclusiones que se informan muchas veces muestran contradicciones importantes y retrocesos en resultados quizá anunciados con anterioridad.
-Otro factor limitante en los estudios de nutrición es frecuentemente el tamaño de la muestra. El reclutamiento, la inscripción, la intervención y el seguimiento de un gran número de participantes por lo general requiere de la presencia de varios investigadores, lo que resulta muy costoso.
-Otra barrera es la fuente de error por parte de los participantes del estudio. Por ejemplo, cuando se les pide que informen lo que comieron durante un período de tiempo determinado, los participantes pueden proporcionar respuestas que incluyan alguna combinación de sobreestimación o subestimación de sus ingestas.
-Será fundamental tener en cuenta si se partió de un diseño observacional, que implica la simple observación de los participantes, sus hábitos alimenticios y su estado de salud, donde entonces los resultados y conclusiones siempre deben estar enmarcados como “asociaciones”, en lugar de “causa y efecto”.
-Si bien existen una serie de dificultades a la hora de informar los resultados de los estudios de nutrición, lo más importante a tener en cuenta será ser lectores críticos e interpretar los mismos con cautela.