La leche y los productos lácteos tienen un ejército de detractores, que distribuyen afirmaciones erróneas y muchas veces mal intencionadas, generando mitos que algunas personas toman como ciertos acerca de su valor nutricional, su procesamiento y su inocuidad. Ni hablar de los asuntos de la producción primaria como el Bienestar Animal, porque esta vez, esa es leche de otro sachet (?).
Es verdad que los humanos son los únicos mamíferos que continúan bebiendo leche luego del destete, pero también los es, que es la única especie capaz de elaborar preparaciones derivadas de ella, y que ha desarrollado una infinidad de habilidades y tecnologías que otras especies no, y ha triplicado su expectativa de vida, adaptando, entre otras cosas, la manera de alimentarse.

La propagación de rumores, información equívoca o incompleta, puede llevar a que las personas, saquen conclusiones basadas en ellos, causando un estrés adicional a las inquietudes ya existentes, generando confusión y muchas veces resistencia, cuando se les presenta la información correcta, porque sin duda su llegada es menos “efectista” que la manera de la que recibió la idea anterior.

La desinformación debilita la confianza e impacta de manera negativa en varios aspectos como la calidad de la nutrición de las personas, y la percepción que estas tienen de aquellos que producen los alimentos. 

La desinformación no se puede detener, pero se puede mitigar, tomando la responsabilidad de apoyar y difundir una comunicación consistente y objetiva, brindando a la comunidad las herramientas adecuadas para tomar decisiones acertadas para su alimentación. 

Brindar información veraz y exponerla cuidadosamente, pensando en los valores de las personas que van a recibirla, generándoles el deseo y el interés por saber, es un remedio eficiente para la desinformación, que además construye confianza y fomenta su difusión.

Esta semana me crucé en Brasil, con un artículo que me recordaba un mito que había escuchado hacía muchos años en Argentina, cuando todavía estaba muy lejos de la producción láctea, pero sí completamente inmersa en la producción gráfica y los envases flexibles.

Una loca teoría circulaba, y era que  los planos de colores que se encontraban en los envases de los lácteos, indicaban el número de veces que éstos habían sido retirados del mercado vencidos, y reprocesados.

El hecho de que el camión de los lácteos los retirara de los puntos de venta y sin cargo, cambiándolos por otros “frescos”, abonaba a esta descabellada treta que se dejaba “delatar” en los envases.

secretos

Traté de explicarle a la persona que me contaba impresionada, este “secreto a planos”, que tenía que confiar en mí ¡porque era mi rubro! que esos planos de color en los envases impresos no tenían nada que ver con el reprocesamiento de los productos, sino que eran pruebas de control de color en la etapa de producción del mismo empaque.

Adivinen: ¿Me creyó, o se quedó sospechando que mi argumento podría tratarse de una especie de connivencia entre las empresas?

En esa época sabía mucho de envases y muy poco de los alimentos que contenían. ¡Hoy, pueden confiar en que sé de las dos cosas! Y esta anécdota que da la oportunidad de desmitificar una cosa, también despierta una inquietud sobre la otra:

¿Es cierto que los lácteos vencidos se re procesan?

La respuesta es no. Los lácteos que no se venden antes de la fecha de vencimiento, se desechan.

Reprocesar lácteos vencidos podría comprometer la seguridad y la calidad del producto, y la industria láctea sigue estrictas regulaciones que garantizan a los consumidores que reciben un alimento seguro y de calidad, producido bajo altos estándares de higiene, antes, durante y después de su  procesamiento.

¿Ya miraron el brik de leche mientras se preparaban el desayuno? Éntrenle sin miedo a esa taza. Consumir lácteos hace bien. No tengan dudas.

Valeria Hamann

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