Puede que usted vaya hoy al supermercado a comprar un cartón de leche. También es posible que, sin fijarse en más detalles, coja la marca con el precio más barato; comprensible, sobre todo en estos tiempos que corren. Hasta ahí, todo normal.

Pero hay una información que se está hurtando al consumidor: que para que se lleve esos litros de leche a tan bajo precio, se está obligando a cientos de ganaderos a entregar su producción por debajo de costes.

Los ganaderos se levantan muy pronto para ir a la nave, ordeñar y disponer todo para que cada día llegue buena leche a las industrias que surten a los supermercados de esos palés de cajas de leche con atractivos cartelones: “leche al mejor precio” (para quién), o ese otro casi ofensivo en este caso, “apoye al producto nacional”. Cuando llega la liquidación, la industria le impondrá, y digo impondrá porque no puedes elegir, un precio siempre bajo, pero que desde hace meses está directamente por debajo de costes.

Hay que decirlo alto y claro: no puede venderse leche a 60 céntimos el litro. Si la hay, es a costa de arruinar al ganadero, como está ocurriendo, y de no pagarse tampoco los gastos de transformación. Solo a la distribución le salen las cuentas, porque ese infraprecio de la leche funciona como gancho para atraer clientes, que tras coger su tetrabrick recorrerán los pasillos, llenando su cesta de otros productos secundarios, que, esos sí, dejan un jugoso margen al súper.

El sector lácteo, tras un continuo proceso de reestructuración y modernización, con recorte de activos e inversiones importantísimas, lleva meses soportando precios ruinosos y unos costes disparados, sobre todo de alimentación. “Cuanto más ordeñamos, más perdemos”, dicen los ganaderos, y es la verdad.

Nos lo venden como una desgracia inevitable, como el granizo que daña el cereal a punto de cosechar. Pero no lo es. Porque no es el cielo el que determina lo que pasa con los precios, sino unos señores, a los que no les falta el dinero, por cierto, que se ponen de acuerdo para hundir los precios. En España, un país que consume un 30 por ciento más de la leche que produce, y con una climatología más seca que obliga a nuestros ganaderos a asumir mayores costes en alimentación, el litro se paga casi cuatro céntimos menos que la media europea. Los últimos datos vuelven a confirmarlo: 32 céntimos por litro en España, cuando la media europea es de casi 36 céntimos, el mismo precio que perciben los ganaderos franceses, que encima se permiten exportar excedentes a nuestro país.

El Gobierno galo se ha involucrado en la causa de sus ganaderos, y ha trabajado con sector, industria y distribución para lograr un equilibrio y no vender un litro por debajo de los 90 céntimos. Aun considerando que el coste de la vida es algo más alto en Francia, sería justo pedir en correspondencia que en España el litro de leche se vendiera a precio que garantizara un beneficio mínimo a todos los eslabones de la cadena. De este modo, se aseguraría que el ganadero español recibiera esos cuatro o cinco céntimos más por litro que necesita para mantener una rentabilidad y, a la postre, el necesario suministro de leche a los hogares de nuestro país.

Es pues urgente y decisivo que el ministro Planas, siguiendo los pasos de su colega galo, trabaje para lograr ese umbral mínimo de rentabilidad. Y además con urgencia, más cuando tenemos pendiente una convergencia que va a recortar apoyos a numerosas explotaciones ganaderas. Si los responsables políticos no trabajan para enderezar esta cadena retorcida y no sancionan prácticas abusivas, se multiplicarán los cierres de granjas, dejando vía libre a las importaciones de terceros países o a la entrada de esas macrogranjas de grupos empresariales no ganaderos sin arraigo en el medio rural.

DONACIANO DUJO. PRESIDENTE DE ASAJA DE CASTILLA Y LEÓN

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