La leche y sus derivados conforman un grupo importante de alimentos cuyo consumo está ligado con múltiples beneficios a lo largo de toda la vida de los humanos.

Sin embargo no le faltan detractores que argumentan su “antinaturalidad” destacando que somos la única especie que consume leche después del destete.

A raíz de las declaraciones de María Becerra se desató una polémica en la que los productores lecheros no se quedaron callados y sobre todo en redes se debatió y se trató de enseñar. En uno de esos hilos interminables un usuario le discutía con suposiciones a especialistas que le respondían, respetuosamente con datos científicos y aún así no claudicaba. La discusión terminó (o al menos terminó para mí) cuando subió un video donde una nutricionista vegana explicaba que si Dios nos hubiera querido tomando leche hasta la adultez, no hubiera hecho que la lactasa, enzima intestinal que digiere la lactosa, disminuyera al dejar de ser bebés.

Cuando una discusión me resulta estéril, elijo ya no debatir y retirarme. Un poco porque ante el estupor uno se queda sin palabras y otro poco porque necesito hacer silencio para entender de dónde puede salir semejante idea y convencer a más de uno de algo que fácilmente queda en evidencia que es equívoco, y aún así no lo acepten.

Como tengo la mente inquieta, y estas cosas me hacen entrar en ebullición, me quedo en alerta y más temprano que tarde la información se presenta ante mí y se me hace imperioso compartirla: con iluminar a 1 sólo, me doy por hecha.

El consumo de leche comenzó en Medio Oriente allá por el Neolítico con la domesticación de los animales y el desarrollo del pastoreo y prácticas de ordeño, que luego se expandieron al resto del mundo.

Es verdad lo de la disminución de la lactasa hacia la edad adulta, pero ¿Podríamos conectar la evolución con salirnos del camino de Dios? Permítanme disentir.

Desde aquellos inicios el ser humano se ha ido adaptando genéticamente a este alimento para poder aprovechar sus nutrientes sin sufrir efectos adversos. La lactosa es digerida en el intestino por la lactasa, que es elevada en el recién nacido y está genéticamente programada para disminuir a partir del destete. Esta disminución se llama “hipolactasia primaria del adulto”. Sin embargo, aproximadamente un tercio de los individuos adultos en el mundo mantiene una lactasa elevada a lo largo de toda su vida.

Esta capacidad sin fecha de vencimiento para digerir la lactosa, representa una ventaja selectiva para estos individuos que obtendrán beneficios nutricionales (proteínas de alto valor biológico, calcio inmediatamente biodisponible, vitaminas, energía) sobre aquellos que no lo harán.

El ADN de los individuos consumidores de leche mutó, y esto les permitió mantener de adultos una buena capacidad de digestión de la lactosa. Estas mutaciones fueron dominantes y se trasmitieron eficientemente a través de las generaciones, de tal forma que en contraposición con los no consumidores, actualmente la población mundial lactasa persistente es favorecida con un mayor Índice de Masa Corporal, mayor resistencia a las hambrunas y mayor fertilidad.

¿Vos, ya tomaste tu vaso de leche hoy? #ConsumirLácteosHaceBien

Valeria Guzmán Hamann
APASIONAGRO
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Datos: Lácteos, Nutrición y Salud, Rodrigo Valenzuela, Chile 2020

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