Y probablemente con justa razón, pues 15 por ciento de las emisiones se debe a la producción de alimentos.
Los ambientalistas argumentan que ganadería y lechería contribuyen al calentamiento global con emisiones propias del ganado (generadas por la fermentación ruminal y el estiércol), sumadas a las que derivan de la producción de su alimento (forraje o granos), fertilización y cambios en el uso del suelo.
Desde hace más de una década la industria lechera ha comenzado a tomar cartas en el asunto de revertir las consecuencias ambientales. Estados Unidos es uno de los países líderes en cuanto a iniciativas colectivas para lograrlo.
Por ejemplo, 98 por ciento de la leche estadounidense proviene de granjas que participan voluntariamente en FARM (Farmers Assuring Responsible Management), primer programa para cuidado animal reconocido por la Organización Internacional para Estandarización (ISO).