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5 Jul 2025
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5 Jul 2025
Leche tipo A: una clasificación que ofrece más seguridad, trazabilidad y oportunidades de valor agregado para productores y consumidores
Producción bajo control el potencial de la leche tipo A

En la mayoría de los países, la leche llega al consumidor en formatos conocidos: entera, descremada, deslactosada o con distintos tratamientos térmicos. 

Sin embargo, detrás de esa aparente uniformidad existen diferencias profundas en la forma de producir, procesar y controlar la leche. 

Una de las categorías menos difundidas, pero con gran potencial, es la “leche tipo A”, un estándar sanitario que ya se aplica en Estados Unidos y que podría abrir nuevas oportunidades para el sector lácteo en otros mercados.

¿Qué es la leche tipo A?

La denominación proviene del sistema estadounidense, donde la “Grade A milk” es la única autorizada para comercializarse como leche líquida de consumo directo. 

No se trata de un producto con mayor valor nutricional, sino de un estándar riguroso de higiene, trazabilidad y manejo.

Según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), para ser considerada tipo A, la leche debe tener menos de 100.000 unidades formadoras de colonias (UFC) por mililitro y enfriarse a menos de 7 °C en las dos horas posteriores al ordeño. 

Todo el proceso, desde la producción hasta el envasado, debe realizarse en un sistema cerrado y bajo estrictos controles sanitarios (USDA, Pasteurized Milk Ordinance, 2020).

En contraste, la leche de “Grado B”, en ese mismo país, se destina a productos industriales como quesos o manteca, y no puede venderse como leche líquida para el consumidor.

Diferenciación que gana espacio en el mercado

A nivel global, crece la demanda por leches diferenciadas: orgánicas, A2A2, de pastoreo, sin antibióticos o con certificaciones de origen. 

Según Market Research Future (2023), este segmento podría crecer a una tasa del 8,5 % anual y alcanzar los 45.000 millones de dólares en 2027. Los consumidores buscan cada vez más productos que aporten confianza, calidad y sostenibilidad.

La leche tipo A encaja dentro de esa tendencia: si bien su diferencial es estrictamente sanitario, se traduce en mayor frescura, menor intervención industrial y trazabilidad total, atributos valorados por los consumidores más exigentes.

¿Existen equivalencias en otros países?

Algunos países aplican normativas que buscan resultados similares, aunque varían las denominaciones y los requisitos técnicos. 

En Europa, por ejemplo, la leche cruda certificada puede venderse bajo controles estrictos de sanidad y trazabilidad, aunque no esté pasteurizada. 

En países como México, Argentina, Chile o Australia, existen categorías como “leche clase 1” o “leche grado A”, con exigencias de calidad superiores, especialmente en lo que refiere a carga bacteriana y condiciones de ordeñe y transporte.

Sin embargo, en muchos mercados la implementación de una categoría sanitaria tipo A como estándar de consumo directo aún no está masificada.

¿Es viable ampliar la categoría tipo A?

Desde el punto de vista técnico, muchos tambos ya operan bajo estándares que se aproximan a los requisitos de la leche tipo A, especialmente aquellos integrados en cadenas premium o con certificaciones internacionales. 

Adaptar más productores a estos niveles de exigencia es posible, aunque requiere inversión, capacitación y un marco normativo que lo regule de forma clara.

El desafío no es solo técnico: también es necesario construir canales comerciales que reconozcan ese diferencial y un consumidor informado dispuesto a valorar y pagar por esta opción.

Impacto más allá del negocio: salud y confianza

Subir los estándares de producción no solo aporta valor al negocio; también tiene beneficios en salud pública y confianza del consumidor. 

Leche con menor carga bacteriana, procesos controlados desde el tambo hasta la góndola, y menor manipulación industrial contribuyen a productos más seguros, frescos y con mejores propiedades organolépticas.

En un contexto donde los escándalos alimentarios o las noticias de contaminación afectan la percepción del consumidor, contar con sellos o categorías diferenciadas puede ser una herramienta clave para fortalecer la imagen de la cadena láctea.

Wisconsin: el modelo de rigurosidad

Wisconsin, epicentro lechero de Estados Unidos, es un ejemplo de la aplicación estricta de la leche tipo 

  1. Allí, la leche se enfría en menos de dos horas tras el ordeño, los tambos se someten a inspecciones periódicas, y cada lote se registra y monitorea de forma detallada. 

Para los productores, cumplir con estas normas no es una opción, sino una condición necesaria para acceder al mercado de leche líquida.

Este modelo demuestra que es posible combinar escala de producción, control sanitario riguroso y generación de valor agregado.

¿Un camino para Latinoamérica?

Implementar una categoría sanitaria tipo A en la región no solo es viable, sino que podría ser una oportunidad para posicionar a los países productores como proveedores de leche de alta calidad y trazabilidad.

En un escenario global donde los consumidores exigen cada vez más información y confianza, avanzar en la diferenciación de los productos lácteos ya no es un lujo, sino una estrategia necesaria para competir.

 

Arantxa Gorno, con edición de Valeria Hamann

 

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