Año nuevo, contingente nuevo; de leche en polvo proveniente desde EEUU, que desde el 1 de enero de 2023 habilitó un cupo de 15.692 toneladas y que exactamente en tres años ya tendrá libre comercio para este producto.
Para hoy cuatro de enero, se había consumido el 12% del contingente, que muestra un ritmo considerablemente lento respecto a años anteriores cuando ya se mostraba un agotamiento de más del 50%.
No es por abundancia de leche en la producción doméstica que el ritmo importador sea menor, ni por altos inventarios de reserva que no superan las 12 mil toneladas, cifra significativamente menor con la que la misma industria se siente cómoda para afrontar épocas de escasez.
Evidentemente, la alta tasa de cambio ha encarecido las compras, a pesar de que el precio internacional de la leche en polvo entrera y descremada hayan venido hacia abajo en los últimos diez meses. Sin embargo, el contingente al fin y al cabo se agotará en los siguientes dos meses como típicamente ha ocurrido desde 2012 cuando se puso en marcha el TLC con EEUU.
Ahora bien, será el gobierno actual, el del presidente Petro el que deberá afrontar la desgravación total y el libre comercio de leche en polvo proveniente desde EEUU desde el 1 de enero de 2026. Sería irresponsable pensar que o una tasa de cambio alta o elevados precios internacionales nos protejan y que se deje la política lechera a merced de no importar por cuenta de dos variables ajenas a nuestro sector.
Claro, el diagnóstico de lo que el sector lechero requiere hace años está hecho, pero poco juicio y disciplina ha habido por parte de los gobiernos para diseñar, ejecutar y hacer seguimiento de políticas sectoriales, así como de colocar recursos para más de 300 mil pequeños productores dedicados a la actividad lechera. Prueba de ello son los documentos Conpes e incluso el programa de cooperación internacional con la UE para mitigar los efectos de ese otro TLC, el de la Unión Europea. Muchos anuncios, pocos resultados.
Y es que diseñar una sola política lechera en un país tan heterogéneo, sobre todo en geografía, que dificulta la conexión eficiente en la cadena de suministro, también debería exigir el esfuerzo de transformadores y comercializadores para no tener que transportar la leche cruda un número indeterminado de kilómetros para darle un proceso de valor agregado con higienización, pasteurización, empaque y/o transformación a nuevos productos y luego regresarla al mismo origen. No tiene sentido.
Recientemente he conocido de una propuesta de innovación en transformación y empaquetamiento para que la leche cruda pueda surtir su proceso de valor agregado en el mismo origen de producción, y que ojalá, con el apoyo de la gran industria lechera, termine surtiendo los mercados naturales en una gran cantidad de municipios que no pueden disfrutar de un producto lácteo inocuo y sobre todo barato.
En ese sentido bien vale la pena tener a la mano la propuesta de Petro sobre la bienestarina, sea importada o no. Ojalá nuestros niños puedan tomar diariamente leche fresca pero higienizada y bien empacada, pero además frutas, verduras, y en general los demás alimentos de nuestro campo. Se necesitan dos cosas para lograrlo, voluntad política del Gobierno Nacional e innovación y creatividad por parte del sector privado.
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