Luego de trabajar –durante muchas horas del día y en todos los días del año–, en los pocos ratos libres que tiene le gusta escuchar la radio, ver alguna telenovela y no se pierde ningún partido del club de fútbol que ama, Peñarol. También mira los de la selección uruguaya, aclaró. Y una cosa más: arranca antes del amanecer y termina sobre la medianoche, así que “la siesta es sagrada”.
“¡Que a la hora de la siesta no venga nadie porque les salen los perros!”, bromeó en su charla con El Observador.

Esta mujer rural tiene un campo de 17 hectáreas, de su propiedad, sobre la ruta 23 y a solo 4,5 kilómetros de Juan Soler, en el paraje maragato Manantiales. Es a unos 100 kilómetros del centro de Montevideo.
Allí comparte las labores con su hijo, Jorge Bentancur, en una gestión que no tiene como base el género a la hora de distribuir las responsabilidades.

El 8M, “un día más”
Este miércoles, 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, para ella es “un día más”. Reiteró: “Es un día como cualquier otro, porque a las vacas hay que ordeñarlas, los quesos hay que hacerlos, vender hay que vender y además tengo todas las cosas que hay que hacer en el campo y en la casa… no tengo tiempo para andar en manifestaciones, en marchas, respeto todo eso, pero lo que me tocó es esto, vivir y trabajar acá en medio del campo y arreglármelas yo misma, si me ayudan mejor y siempre agradezco, pero si no tengo que salir adelante igual”.
A propósito del oficio campero que aprendió cuando era niña de sus padres –cuando se ordeñaba a mano y con las vacas en el barro– y fue trasladando a su hijo, admitió que le gustaría que Jorge pudiese seguir adelante con el tambo, pero reconoció que se trata de un trabajo que demanda esfuerzo y que no es sencillo que la gente joven se involucre, sobre todo porque no es seguro que se tenga un margen de rentabilidad que asegure una calidad de vida adecuada a tanto sacrificio.
La jubilación no alcanza
Como suele pasar, complementa los ingresos que le permite la venta del queso comercializando los terneros machos y tiene algunas aves de corral, “porque me jubilé, pero de la jubilación no se vive y hay que seguir trabajando… ¡por suerte, pese a los problemas que aparecen, me gusta trabajar, disfruto haciendo esto”.
Las hormas de queso tipo Colonia que produce –transforma en queso el 100% de la leche que obtiene– tienen dos tamaños, de siete a ocho kilos y otras de un kilo y medio que las llama “mascotitas”.
Desde Montevideo llega un comprador de sus quesos, otro viene desde Florida y ella mismo vende a comercios de localidades de San José y de Florida.
El rodeo, de 15 vacas en ordeñe, explicó, tiene genética de las tres razas productoras de leche que hay en el país, Holando, Jersey y Normanda, “para tener cantidad de leche pero también ir mejorando en tener más cantidad de proteína y de grasa”.
Actualmente, en medio de la sequía, las vacas le dan en promedio 15 a 17 litros de leche cada día y con esos 200 y algo de litros está produciendo unos 25 kilos de queso, que los elabora día a día tras ordeñar, dado que no tiene tanque de frío para guardar la leche.
Si el escenario actual no se caracterizara por un déficit hídrico acumulado tan relevante, las vacas estarían produciendo bastante más, cerca de 25 litros por cabeza cada día, “y capaz más porque tengo varias vacas recién paridas que producen más”.
Sus vacas se alimentan, cuando el campo produce, con praderas que instala, de alfalfa sobre todo. El temor ahora es que la sequía le haga perder su inversión en praderas. Incluso debido a esto está dándole a la vacas ración de maíz molido y afrechillo de trigo y fardo de Silo Pack de maíz picado. Y le añade a eso sales minerales.
Además, en un detalle nada menor, cada vaca consume de 80 a 120 litros de agua cada día, lo que depende de las temperaturas. Por suerte, si bien se le secaron los tajamares, tiene un pozo que le sigue dando agua, para las vacas y las necesidades en la casa.

Con casi seis décadas trabajando en lechería, la memoria le permite recordar otra sequía muy intensa, la de 1988/1989, aunque en este caso fue peor cómo se fueron agotando las aguadas. “Ahora es terrible, se secaron tajamares, aguadas, arroyos, pozos… yo he tenido suerte”, afirmó.
Apuntó, en un detalle conocido en campaña, no tanto en las ciudades, que “las vacas sufren mucho el estrés por olas de calor en verano, la menos mal si en el invierno tocan fríos muy intensos”.
Otra ventaja, además de que sigue disponiendo de agua, es que tiene sombra para que las vacas pasen mejor durante el día, gracias a un monte de eucaliptus.
Casi 60 años ordeñando
La ayuda de Mevir
María del Carmen ha recibido algunas colaboraciones, que destacó. En el año 2014, Mevir le construyó la casa en el predio en el que tiene su emprendimiento productivo, algo de alto valor para ella. Es una obra que, como corresponde, la está pagando.
Mevir también la ayudó construyéndole el tambo, con fosa y para tres órganos de ordeñe simultáneo. Eso también lo está pagando.
Otras obras, como la planchada para que las vacas dispongan de un buen piso al llegar al tambo y la sala en la que elabora los quesos fueron realizadas con una inversión solo propia.
Ahora, en medio de la sequía, contó que la Intendencia de San José le dio una mano, entregándole un vale de US$ 500 para destinarlos a la compra de ración para alimentar a los animales.
Como integrante de un grupo de queseros artesanales, dispone de asesoramiento –un ingeniero agrónomo y un técnico que quesería–, sin tener que pagar por ese servicio, gracias a un convenio del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) con la intendencia departamental.

El momento, señaló, es muy complicado. Las vacas dan menos leche, se complica cumplir con todos los pedidos de quesos, los costos productivos aumentan porque las praderas rinde menos, la sequía apremia y no se ha podido guardar algo de dinero porque este tema se viene arrastrando desde hace mucho. Será complicado encarar inversiones que son indispensables.
Pero lejos está de bajar los brazos: “Me gusta, es lo que sé hacer, disfruto viviendo en el campo y acá voy a seguir”, concluyó.