El queso es un alimento que, con unas 2000 variedades, conquistó los paladares de todo el mundo. Desde el queso fresco y cremoso hasta el fundido y ahumado, los amantes de este manjar lo disfrutan en innumerables formas.
Según datos sobre las preferencias y consumo de los argentinos aportados por Nielsen & Kantar en diciembre de 2024, en los últimos años el consumo anual de queso en la Argentina se mantuvo en 12 kg por persona. La preferencia según categorías es muy marcada: blandos (57%), semiduros (31%), duros (9%) y especiales (3%).
“Gracias al fenómeno de la gourmetización, liderado por las nuevas generaciones, existe un interés creciente por distintos estilos de quesos. Allí es donde se abren dos ventanas de oportunidad: fortalecer el posicionamiento de los duros e impulsar el consumo de los especiales, una categoría que tiene una frecuencia de compra comparativamente baja, de aproximadamente cada 6 meses”, comentó Sofía Ruano, Gerente de Marketing de Santa Rosa, la primera quesería de la Argentina dedicada exclusivamente a la elaboración de quesos.
A nivel nacional, CABA y GBA son las zonas de mayor consumo de queso, en todas las categorías, seguidas por centro del país y NOA. La producción se centra en Santa Fe y Córdoba, provincias que son la cuenca lechera del país.
El origen del queso
El origen del queso está envuelto en misterio y conjeturas, y aunque no podemos precisar el momento y lugar exactos de su invención, sí es cierto que las primeras elaboraciones se remontan al Neolítico. Durante esta época, la domesticación de animales, especialmente ovejas, entre los años 8000 a.C. y 3000 a.C., permitió a nuestros ancestros experimentar y conocer este alimento.
A lo largo de la historia, el queso jugó un papel esencial en la alimentación de diversas civilizaciones. En el Antiguo Egipto, se elaboraban quesos frescos parecidos a la ricota. La gastronomía de la Antigua Grecia también incluía este alimento en gran cantidad de platos y postres, y en la Antigua Roma, su consumo era diario, añadiendo especias y frutos secos, lo que impulsó su popularización.
Con la expansión y posterior declive del Imperio Romano, sus técnicas de fabricación se diseminaron por Europa y más allá, influenciadas también por las migraciones de pueblos bárbaros y los intercambios culturales durante las cruzadas. Hacia el final de la Edad Media, comenzó a tener un peso económico significativo, estimulado por el crecimiento del comercio y las poblaciones urbanas.
El siglo XIX marcó un hito en la historia quesera con la apertura de la primera fábrica en Suiza y el auge de la producción en Estados Unidos gracias a Jesse Williams y su modelo de colaboración con granjas locales. La pasteurización, descubierta por Louis Pasteur y Claude Bernard en 1864, revolucionó la industria al mejorar la seguridad y la homogeneidad.
Si bien el queso llegó a América con los conquistadores, recién en 1788 comenzó en Argentina la actividad lechera como alternativa a la baja rentabilidad de las granjas dedicadas a la venta de carne y cuero en la provincia de Buenos Aires. Los primeros quesos argentinos fueron el Tambo (o Tambero) en la provincia de Buenos Aires, el Tafí en Tucumán y el queso Goya en el Litoral. Para 1869, Buenos Aires contaba con 22 queserías y 210 empleados.
Hoy, hay más de 1.000 queserías que emplean cerca de 70.000 personas, produciendo quesos artesanales e industriales de diversas leches. Con un potencial enorme, la industria quesera argentina tiene el gran desafío de aumentar aún más el consumo interno para capitalizar tanto su tradición de más de 100 años, como su innovación continua en la elaboración de quesos.