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9 Nov 2025
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Durante la Revolución Francesa, los quesos franceses dejaron de ser lujo de la nobleza para convertirse en símbolo nacional y popular.
El queso que sobrevivió a la guillotina cómo la Revolución Francesa cambió el sabor del pueblo
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Cuando hablamos de la Revolución Francesa, pensamos en multitudes en las calles, gritos de libertad, igualdad y fraternidad… y, por supuesto, en la temida guillotina. Sin embargo, aquella sacudida política y social también tuvo un impacto inesperado en algo tan cotidiano y tan francés como el queso.

Pocos saben que los quesos que hoy son emblemas de Francia, como el Brie de Meaux, el Camembert de Normandía o el Roquefort, también fueron protagonistas silenciosos de aquel cambio histórico.

Antes de 1789: el sabor era un privilegio

Antes de que estallara la Revolución, la mesa francesa era un reflejo de la desigualdad. Los manjares más finos, los mejores vinos y los quesos más delicados estaban reservados para la nobleza y la alta burguesía.

El Brie se servía en Versalles, el Roquefort se ofrecía como delicadeza en banquetes reales, y el Camembert, aunque más popular, era considerado un producto rústico, casi marginal. Los campesinos podían elaborarlo, pero rara vez lo degustaban.

En las casas humildes, el queso era funcional: alimento simple, destinado a acompañar el pan, no a ser admirado. Era una frontera invisible que separaba el lujo del hambre.

El pueblo también reclamó su sabor

Cuando en 1789 el pueblo francés tomó las calles para exigir derechos, no solo buscaba justicia política o económica, sino también dignidad en lo cotidiano. Comer bien, tener acceso a productos de calidad, se convirtió también en un símbolo de igualdad.

En ese contexto, el queso, con su fuerte arraigo rural y artesanal, se transformó en un emblema de identidad nacional. Los mismos quesos que antes se servían en palacios comenzaron a llegar a los mercados y a las mesas de las familias trabajadoras.

De símbolo de lujo pasó a ser símbolo de Francia, parte esencial del nuevo espíritu republicano.

Napoleón y la consolidación del gusto francés

Años después, Napoleón Bonaparte entendió el poder de los alimentos como símbolo de unidad nacional. En su afán por reforzar el orgullo francés, impulsó políticas de protección y reconocimiento de productos regionales, incluidos los quesos.

El general corso sabía que un país no solo se construye con leyes o ejércitos, sino también con identidad. Y la identidad de Francia, rica, diversa y profundamente rural, estaba en sus quesos, vinos y panes.

Ese impulso fue el germen de lo que siglos después daría lugar a las Denominaciones de Origen Protegidas (DOP), sistema que hoy ampara a decenas de variedades reconocidas en todo el mundo.

De la nobleza al pueblo: el queso como símbolo de libertad

El cambio fue tan profundo que el queso dejó de ser un producto “de los ricos” para convertirse en un lenguaje común. En las tabernas y hogares del siglo XIX, acompañar el pan con queso era un gesto de orgullo, un recordatorio de que la Revolución también había llegado a la mesa.

Comer un Brie o un Roquefort ya no era una extravagancia, sino un acto cultural. Y con ello, el queso se consolidó como una pieza fundamental del imaginario francés: accesible, diverso y profundamente humano.

Una historia que sigue viva en cada mesa

Más de dos siglos después, los quesos franceses siguen representando el alma de una nación que aprendió a unir placer y libertad. Cada pieza lleva consigo siglos de historia, de luchas, de manos campesinas y de savoir-faire.

Hoy, cuando disfrutamos un trozo de Brie fundido sobre pan crujiente o un Roquefort acompañado de vino tinto, no solo probamos un alimento: saboreamos una historia de resistencia, democratización y orgullo cultural.

La Revolución Francesa no solo cambió el poder… también cambió el paladar del pueblo.

Fuente: Excelencias Gourmet – “El queso que sobrevivió a la guillotina”

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