Cuatro variedades tradicionales casi extintas vuelven a conquistar paladares gracias a pequeños productores.
En España, con más de 150 tipos de queso, cuatro ejemplares emblemáticos —Cebreiro, Garrotxa, Arangas y Pata de Mulo— estuvieron al borde de desaparecer. Sin embargo, el empuje de artesanos locales ha logrado revivirlos, devolviendo al mercado sabores únicos del pasado.
El queso de Cebreiro, originario de Lugo, fue uno de los más cotizados de Europa en el siglo XVII. Recuperado desde finales del siglo XX por la quesería Santo André y ganaderos como Carlos Reija, esta pasta blanca blanda se elabora en 13 municipios gallegos y hoy se vende tanto fresco como curado a 16–50 €/kg.
En Cataluña, la Garrotxa —un queso de cabra de la comarca de Øgarrotxa— resurgió en los años ’80 y en 2024 obtuvo la IGP, impulsada por productores como Formatges Blancafort. Esta denominación fortalece su posición en mercados gourmet.
En Asturias, las hermanas Soberón rescataron el queso de Arangas en 2011, elaborándolo con leche cruda de vaca y curándolo en cuevas a 1 300 m de altura, con lotes mínimos para garantizar su esencia montañesa y sabor potente entre Cabrales y Gamoneu.
Castilla y León vio renacer el Pata de Mulo, un queso de oveja cilindrado de mercado medieval, gracias al trabajo del ingeniero Pedro Quiñones y su quesería La Moldera Real. Tras superar desafíos de calidad, hoy se elabora de modo tradicional y se comercializa con diferentes variantes