Existe una búsqueda de absolución en los alimentos que comemos. Tenemos que demostrarnos a nosotros mismos ¿O a quién más? Que somos buenos, que somos responsables, que somos… ¿saludables? Con tanta gente afirmando que las bebidas alternativas son un camino hacia la expiación alimentaria, beber leche real de vaca se ha convertido en un acto de rebelión.

Hemos sido seducidos con que, si eliminábamos la leche y los lácteos de nuestra dieta, viviríamos para siempre, salvaríamos el planeta y a todos sus animales. Pero esta causa contra los productos lácteos ignora todos los laberintos de nuestro sistema alimentario, y aunque es verdad que engañar a alguien es más fácil que convencerlo de que ha sido engañado, la gente está empezando a darse cuenta.

Llegamos al punto en el que beber un vaso de leche de o comer un pedazo de queso, legítimos, se ha vuelto casi un acto de rebeldía, un placer culposo o una herejía. Nutricionistas, médicos y ni hablar de las revistas de moda y el activismo animalista y medio ambiental han puesto a estos buenos alimentos y a sus productores en el banquillo de los acusados. Distópicos y estoicos, hemos tratado en vano de salvarnos ordeñando todo lo que no fuera mamífero: avena, almendras, soja, cocos, semillas y arroz. 

Pero algo está cambiando no tan lentamente y se empieza a sentir. De un tiempo a esta parte mi escritorio se volvió un confesionario lácteo, en el que más de uno se sienta deseando una suerte de absolución. Reconocen su preferencia oculta por la leche y los lácteos y al menos dudar de los falsos profetas que les prometieron la redención en el reino de las almendras. 

Un nuevo ejército de consumidores de leche de vaca se está formando, y se van uniendo los que descubren que no es malo eso que amaban, pero que por las dudas aún no hacían público porque no estaba bien rebelarse ante su snob médico de cabecera o la ideologizada nutricionista que visitaron para bajar de peso o en busca de consejos de alimentación que los lleve por “buen camino”. Porque son demasiados los que ni alérgicos ni intolerantes, son empujados a un cambio de rumbo alimentario, inútil, caro e incluso perjudicial.

Los veo pasar de la picardía en los ojos de quién consume algo que es ilegal, pero tiene ganas y lo hace igual, al brillo feliz de quién descubre que no solo es legal lo que prefiere, sino que además es bueno, y que su sentimiento era el correcto cuando todo lo que le habían querido imponer como una verdad universal, no podía ser cierto. También estuve ahí, pero como soy naturalmente rebelde jamás hice caso de lo que en el fondo sentí que no iba conmigo, así que desobedecí sin culpa. Como de costumbre.

Puede parecer una obviedad, pero la leche de vaca es un paquete nutricional único, alto en calcio, proteínas, yodo y vitaminas B, proporciona una nutrición 100% natural. Es saludable, se ve genial y descontracturado, se ve y se siente muy bien ser auténtico, tomando leche y comiendo lácteos verdaderos. Y nos sienta bien ser reales, dejando lo artificial y lo rebuscado, porque la preciosa naturaleza está ahí, para que la tomemos, porque también somos esa naturaleza. 

La leche de vaca y los lácteos preparan su regreso triunfal, a un mundo más simple y sensato, después de tanto tiempo de considerarlos como algo que debiéramos reemplazar, ahora es tentador tenerlos en el refrigerador. Ya sea porque estamos en pleno conocimiento de sus beneficios o porque nos declaramos en rebeldía ante lo establecido: ¡CONSUMIR LÁCTEOS HACE BIEN!

 

Vos ¿Ya tomaste tu vaso de leche hoy?

 

Valeria Guzmán Hamann

EDAIRYNEWS

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