Tiene que ver con nuestra idiosincrasia, y tal vez eso sea lo que nos salve, siempre tenemos esperanza de que algo bueno va a suceder, aun cuando la historia nos ha refregado una y mil veces en la cara que estábamos equivocados.
Acaso alguien soñaba el domingo que cuando se resolviese el casting ministerial el nombre que surgiera podría dominar en seis meses la inflación; estabilizar el dólar, ya no bajar su valor; aumentar las reservas; solucionar el problema de la deuda pública; lograr que regrese el crédito y el ahorro y, ya que estamos, reactivar la producción y el empleo.
Si no había argentinos soñando con eso, por qué tan ansiosos con un nuevo nombramiento. Porque si no nos ilusionamos con algo no podemos seguir. Pero nadie quiere decirse la verdad en la cara, aunque todos la sepamos.
Lo único que podía cambiar con un nombre u otro es la velocidad en la que llegaremos al palo que nos vamos a dar y si logramos ponernos el cinturón de seguridad y revisar que los airbags funcionen.
Porque a esta altura ya está claro que el gobierno actual cumple la ley del escorpión, y, por más que se quieran convencer ellos mismos, por más que nos juren y prometan que no, nos van a picar en el medio del río.
Está en su naturaleza, no van a poder evitarlo, porque no creen en otra cosa. Este gobierno tiene en su ADN el déficit fiscal; el aumentar impuestos; el querer controlar que hace cada ciudadano con su dinero; generar distorsiones que se compensan con más distorsiones; echar culpas a los que no los votan o a los que no les creen, o a los que no le conviene. Eso no iba a cambiar, y a esta altura todos deberíamos tenerlo en claro.
Pero parece que no, que nos subimos al escorpión al lomo y lo ayudamos a cruzar el río, aun sabiendo que nos va a picar, aun sabiendo él que nos vamos a hundir juntos.