Cuando la veterinaria Julia Aguerre, especializada en biotecnología y reproducción animal y el genetista Edgardo Salvatierra se conocieron casi por casualidad, supieron que algo bueno podría surgir de ese encuentro.

Aguerre trabajaba desde hacía cuatro años en un laboratorio de clonación equina y fertilización in vitro en bovinos. Por su parte, Salvatierra era especialista en genómica, expresión génica y marcadores moleculares y había trabajado en distintos lugares del mundo.
En ese camino y como cuando la ciencia los crea y el viento los amontona, se unieron para crear un laboratorio de genética con eje en el campo. A principios de 2017 comenzaron sus primeros pasos. Eran dos y luego se sumó el biólogo Federico Ocampo, que con una extensa carrera como investigador científico en biología evolutiva en los Estados Unidos y en la Argentina en empresas vinculadas al agro, iba a aportar lo suyo.
“Eramos tres científicos de ramas muy distintas con un interés en común: aplicar conocimientos científicos y solucionar problemas vacantes, cada uno aportando sus experiencias. Hasta ese momento en el país solo había soluciones incipientes o no contempladas desde el agregado de valor para el sistema agropecuario”, cuenta Ocampo a LA NACION.
Para Salvatierra, juntar toda esa visión multidisciplinaria fue muy importante para que el proyecto avance. “No existen empresas que brinden el asesoramiento científico, gerenciamiento o dirección de un proyecto para una cuestión particular, sobre todo con tanta plasticidad para poder abordar distintos problemas”, relata.
Desde el día cero, lo que más atrajo a Aguerre fue la amplitud de conocimientos del equipo. “Por lo general cuando uno quiere dedicarse a la ciencia, los proyectos están formados por personas con los mismos títulos de grado. En nuestro caso hay un abanico de posibilidades para aceptar proyectos diversos”, dice.
El eslabón financiero llegaría enseguida cuando encontraron un inversor privado que los ayudó a orientar e identificar cómo convertir una idea científica en un agregado de valor económico y poder crecer como empresa. Así surgió The Green Genetics.
“Para que funcione era importante tener un socio que venga del área de los negocios, con visión comercial. La ciencia básica necesita de una pata empresarial para que sea viable a largo plazo”, señala Ocampo.
En este sentido, Salvatierra cree que al estar ellos dentro en un laboratorio, sin tener contacto con el afuera, “una compañía requiere otro tipo de conocimiento que, mas allá de las cuestiones técnicas, aporte cohesión como empresa”.
Organizaron tres áreas de negocios: Agro Gen, encargada de investigación, desarrollo y genética para el agro; Animal Gen, de investigación genética animal; y The Gen Company, que representa el área de genética humana dirigida a deportistas de alto rendimiento profesionales de la salud y público en general.
En un principio comenzaron con proyectos particulares, a la vez que se acercaban a eventos de agro para hacer conocer su emprendimiento. “El laboratorio no era un producto fácil de ponerlo en góndola y venderlo. También era difícil transmitir cómo monetizar ese agregado de valor”, apunta Ocampo.
Genética aplicada
Las soluciones que brindan son variadas. En el mejoramiento ganadero, Salvatierra expresa que existen dos grandes grupos de trabajo que se complementan: por un lado está la selección fenotípica clásica donde actúa el ojo del criador con determinados patrones. Por otro está el poder secuenciar y tener toda la información genética de un animal, asociada a características como ser terneza de la carne, tiempo de destete, etc.
En un primer momento, los científicos estuvieron en conversaciones con la Asociación Angus, considerada por ellos pionera en la cuestión genética, pero al final no avanzaron porque el laboratorio recién se iniciaba en sus trabajos.
“Existen marcadores en los genomas de los animales. La selección realizada a partir de esas marcas, sin esperar a que ese animal se haga grande, permite avanzar rápidamente en el mejoramiento del rodeo. Uno ya sabe que ese ternero expresará ciertas características porque tiene en sus genes esos marcadores”, detalla Salvatierra.
En cuanto al rodeo lácteo, los testeos genéticos tienen un gran valor. En la leche existe una proteína llamada caseína con dos variantes: la variante A1 y otra que tiene un gen diferente que la hace menos intolerante a los lácteos (A2).
“Hoy el tambero no sabe qué pool de leche tiene en su plantel y podría seleccionar su rodeo de vacas con esta variedad y así posicionar su producto. La leche A2 es un producto premium, que se exporta a un valor hasta ocho veces mayor. La vaca A2 come lo mismo, solo que con un perfil genético distinto, produce otra variante láctea”, añade.
Ocampo entiende que el mercado lácteo actualmente está muy golpeado y los productores apuestan solo a producir leche. “Hay un preconcepto que los estudios genéticos moleculares son caros. Tiene un costo que no es mayor a tener que esperar a que el animal desarrolle todo su potencial para evaluarlo y recién ahí, por ejemplo, decidir si esa vaca va a ser seleccionada en pos del mejoramiento del rodeo”, dice.
En el área agrícola, sus servicios van dirigidos a las empresas del rubro que desarrollan innovación. Por un lado están las grandes compañías que los buscan por un proyecto puntual, mientras que las medianas y pequeñas semilleras, que no tienen capacidad de investigación y desarrollo, tercerizan en ellos su estudio. Actualmente, con los cultivos que más trabajan son el maíz y el girasol.
Para Aguerre, en pequeños animales, existen una serie de enfermedades genéticas que en clínica veterinaria no se detectan: “Con un testeo genético en perros y gatos se puede saber de antemano que tipo de patología puede llegar a tener y encarar una actitud proactiva al respecto para retardar o mejorar la calidad de vida del animal y contrarrestar esa enfermedad”.
En los equinos, la veterinaria destaca la importancia de los testeos genéticos: “Se puede saber la fibra muscular del animal, si es más explosivo, si va a ser más resistente, si sirve para carrera larga o corta. Tener esa información de antemano, incluso antes de que empiece la doma es una gran carta para saber si se debe invertir o no”.
La hoja de ruta continua y hoy el laboratorio puso el foco en animales grandes, donde creen que existe un enorme potencial. Salvatierra siempre quiso que sus investigaciones salgan del laboratorio y lleguen a la sociedad y Aguerre desea que la genética se aplique a la vida diaria.
Ocampo cree que no existe techo para el mejoramiento genético en el agro y es un gran desafío poder transmitir y ofrecer soluciones tecnológicas monetizables: “Hay que buscar el desarrollo en función de los problemas, identificarlos de antemano, detectar la necesidad y acompañar el desarrollo en función de ella. Ese es el camino”.
Rumbo a un nuevo desarrollo
Como una suerte de spin-off del laboratorio, desde hace un año y medio un nuevo proyecto avanza. Con fondos de la company builder GridX, el proyecto Elitron apunta al desarrollo de insecticidas, fungicidas y herbicidas a partir del uso de la capacidad natural de controlar las plagas por microorganismos, bacterias y hongos y derivados.
Lo presentaron para competir en pool de empresas de startup biotecnológicas y durante seis meses participaron de un proceso de selección. “Es difícil competir con pesticidas que ya están posicionados en el mercado. A favor nuestro está un cuidado ambiental en crecimiento, la concientización social y los mercados internacionales que exigen productos libres de residuos de agroquímicos”, cuenta Ocampo.
En el proyecto estudian a nivel molecular cómo es el mecanismo por el cual los microorganismos controlan la plaga en el cultivo: “Es un valor extra porque nos permite formular el producto en función del modo de acción”. El biólogo estima que en tres años estaría finalizado. “La inversión de este tipo de producto para llevar al mercado es significativamente inferior que uno químico”, concluye.

Te puede interesar

Notas
Relacionadas

Más Leídos

Destacados

Sumate a

Mundo

Seguinos

Suscribite a nuestro newsletter