El tambo de la familia Harispe obtiene valores de producción de leche muy superiores a la media. Después de incorporar dos robots apuestan a mejorar la eficiencia, con el desafío de manejar enormes volúmenes de datos.
tambo
Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. La familia Harispe. Contenidos CREA.

En los últimos dos años, el establecimiento La Esperanza, ubicado en el partido de Lezama, provincia de Buenos Aires, comenzó un proceso de innovación tecnológica en su tambo pastoril, a partir del cual se instalaron dos robots que ordeñan actualmente 138 vacas de la raza Holando argentino con un manejo de gran precisión y altos resultados productivos.

La Esperanza es propiedad de la familia Harispe, integrante del CREA Gelas. Se trata de uno de los tres tambos que aún siguen en pie en el partido de Lezama, que se caracterizó por ser una cuenca lechera, pero que en las últimas décadas fue virando hacia la agricultura, tal como sucedió en otras regiones del país.
Para mantener su competitividad en una pequeña superficie de 67 hectáreas, la familia apostó a la incorporación de tecnología y a mejorar la eficiencia. “Desde hace años, la producción se sostiene por encima de los 30.000 litros por hectárea, que prácticamente triplican el promedio nacional”, destacó Hernán Harispe, asesor de la explotación. ¿Cómo llegan a estos resultados? “Nuestra empresa siempre fue atendida por sus dueños y eso tiene un plus”, reflexionó.
Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. Nito Harispe.

Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. Nito Harispe.

“A lo largo de los años fuimos incorporando siempre más tecnología que el promedio de los establecimientos. Recuerdo que hace 35 años mi papá sostenía que había que fertilizar las pasturas. La Cuenca del Salado tiene suelos muy pobres, de entre 3 y 4 parte por millón (ppm) de fósforo. En cambio, todos los lotes de La Esperanza tienen entre 18 y 25 ppm. Ese es uno de los indicadores de la elevada productividad por hectárea, porque las alfalfa y los raigrases producen mucho”, señaló Hernán.

Los padres -Nito, que hoy tiene 90 años, y María Rosa, de 85- siempre vivieron en el campo. Allí criaron a sus siete hijos. Nito comenzó a trabajar en el tambo desde muy pequeño. Después de terminar la escuela primaria, fue peón rural y luego empezó a colaborar con su suegro, ordeñando unas 50 vacas en un predio de 100 hectáreas. Con el tiempo, se sumó María Rosa, quien durante 13 años se dedicó a las tareas del tambo para que sus hijos pudieran completar sus estudios en la universidad. “Mi esposa era la encargada de llevar la carpeta con los informes de cada animal, mientras yo me ocupaba de las labores”, recordó Nito.A mediados de los años 80, los Harispe crecieron sobre la base de tecnologías de mecanización y del pastoreo rotativo. “La diferencia fue increíble. Siempre fuimos de la idea de ir incorporando lo nuevo al establecimiento”, aseguró Nito. A comienzos de los 2000 llegó el recambio generacional, cuando Sebastián Harispe, el hijo menor, comenzó a hacerse cargo de la empresa. Por aquellos años, los hermanos mayores (Marina, Lalo, Daniel y Marcela) también colaboraban con su trabajo a la economía familiar, mientras que Laura y Hernán se recibieron de agrónomos en la Universidad Nacional de la Plata (UNLP).

“La forma de compensar la falta de escala es ser muy eficientes; de lo contrario, no podríamos competir con la soja”, afirmó Sebastián. “Cuando empecé a trabajar en el tambo ordeñábamos 70 vacas con cuatro bretes a la par. Poco a poco, empezamos a meter cada vez más animales hasta que en 2010 incorporamos el sistema de espina de pescado, que tiene una fosa al medio y permite ordeñar ocho vacas a cada lado. También compramos un mixer, un tractor y un equipo de frío, pensando que con eso íbamos a tener tambo para rato, hasta que surgió la idea de los robots. El proyecto parecía de ciencia ficción”, dijo.

Un nuevo paradigma

En 2020 la familia Harispe incorporó a los rodeos un sistema de collares de rumia, los cuales, mediante un software pueden medir la actividad de los animales: cuánto caminan, cuanto mastican por día, si jadean por el calor, y también pueden detectar el celo. Antes de adquirir esta tecnología visitaron diferentes tambos de Tandil y Balcarce, donde por primera vez conocieron de primera mano los tambos robot.

“Papá soñaba con ver a los robots en su tambo. Pero pensaba que ni vendiendo el campo lograría comprar uno de ellos”, dijo Hernán, y señaló: “Nos llevó dos años animarnos a dar ese paso. El tambo viejo estaba perfecto, con sus salas de ordeñe y de espera, un túnel de refrescado y una elevada producción. Eso nos hacía dudar respecto de la necesidad de arriesgarnos, pero finalmente nos decidimos”. Para ello tomaron un crédito del Banco Provincia y recibieron financiamiento en litros de leche de la empresa que fabrica los robots: DeLaval.

Para instalar el tambo debieron diseñar un galpón nuevo que les demandó cerca de un año de trabajo. “El comienzo fue complicado porque atravesamos una sequía de tres años y una baja del precio de la leche. Históricamente, con un litro de leche comprábamos 1,2 kg de alimento balanceado. Sin embargo, en 2023 no llegábamos a comprar ni 700 gramos”, lamentó Hernán, aunque reconoció que la situación se revirtió en los últimos meses.

Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. Construcción del tambo robot.

Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. Construcción del tambo robot.

Luego de instalar los robots se llevó a cabo un período de adaptación, durante el cual las vacas fueron pasando lentamente del tambo tradicional al nuevo. “Arrancamos en abril de 2023 con 15 vacas y después fuimos sumando unas 8 vacas nuevas por semana hasta agosto de ese mismo año”, informó Sebastián.

A menos de un año de aquel comienzo, los resultados ya se empiezan a advertir. “La incorporación del tambo robot significó un cambio total en nuestra forma de producir, que aún no terminamos de dimensionar. Este año cerramos el mes de julio con un promedio 34 litros de leche por vaca por día, un número superior al que alcanzamos en el mismo mes de los dos años anteriores”, sostuvo Hernán.

Tantos rodeos como vacas

En el nuevo sistema las vacas se mueven por propia voluntad, aunque son administradas con distintas estrategias que llevan adelante los robots. El sistema cuenta con una serie de tranqueras equipadas con un sensor que lee un chip prendido a la oreja del animal, identifica a cada vaca y la dirige hacia tres áreas de pastoreo, donde comen alrededor de 8 horas.

Desde allí, los bovinos deciden si se dirigen a la sala de ordeñe, en el caso de tener la ubre muy cargada, si quieren comer alimento balanceado o si se acabó el pasto en la parcela. Al caminar en busca de otro lote, el sistema los obliga a entrar al tambo. Entonces los robots evalúan si corresponde ordeñar, alimentar o hacer otras operaciones sobre los animales. Todas la información es comunicada a los humanos, mediante alarmas que llegan al celular.

Algunas vacas que producen poca leche porque se encuentran atravesando la última etapa de gestación pueden ser ordeñadas sólo una vez al día. En el extremo opuesto, vacas recién paridas tienen picos de producción diarios de hasta 80 litros, con un promedio mensual de 67 litros, y cuentan con permiso para ser ordeñadas hasta cinco veces por día.

Según Hernán, este proceso es parte de un círculo virtuoso que mejora todos los parámetros productivos: “Al ordeñarse esa cantidad de veces, la leche presenta menos células somáticas (lo que sería un indicador de la existencia de mastitis), no sufren desprendimientos en la ubre, tienen menos problemas de patas y se preñan más fácilmente.

Los robots también regulan cuántos gramos de alimento debe comer una vaca por litro de leche producida, lo que ayuda a los productores a ser más eficientes con el recurso más costoso del tambo: el alimento. Además, separan a las vacas que requieren tratamiento veterinario, y envían un mensaje por celular a la persona encargada de realizar las tareas. Si la vaca tomó un antibiótico porque tiene mastitis, el robot descarta esa leche durante las próximas 72 horas para evitar problemas con los residuos.

“Así, obtenemos una catarata de información integrada por datos de la parte reproductiva y de salud, que provienen de los collares, y luego los productivos, generados por los robots, como la cantidad de litros producidos, cuántas veces pasó cada vaca por la puerta, cuántas veces fue ordeñada, cuánto demoró en hacerlo, etc.”, señaló Sebastián. “Pasamos a desarrollar una lechería de precisión, con tantos rodeos como vacas. Todo esto nos permite tomar mejores decisiones”, agregó Hernán.

Sebastián describe cómo cambió su trabajo con la incorporación de los robots: “Durante 19 años me levanté a las 4:45 hs, pero hoy ya no lo hago. Ahora Samuel, uno de los empleados, empieza a despertar a las vacas entre las 5:30 y las 6. Las vacas vienen solas al tambo y empiezan a ordeñarse. Yo llego al rato para hacer las demás tareas”.

Esta mejora en la calidad de vida no sólo impactó en las personas que trabajan en el tambo, sino también en los animales: “Comprendimos que a las vacas no les gusta madrugar para ordeñarse, como hacíamos antes. Con esta nueva modalidad tienen menos estrés”, comentó.

A su entender, los cambios mejoraron la organización del trabajo, aunque eso no significa que dediquen menos horas a la actividad o que empleen menos personal, ya que las tareas en la guachera, la atención de los partos y la inseminación, entre otras labores, se siguen haciendo. Además, se sumaron nuevos profesionales, como una médica veterinaria que se incorporó a la empresa de manera full time, para trabajar sobre los aspectos reproductivos de los animales y para organizar la enorme cantidad de datos que generan los robots.

Más innovaciones

Con el nuevo sistema, la empresa también mejoró el tratamiento de los efluentes. Para eso instaló dos cavas. En la primera, que está impermeabilizada, se capturan los sólidos que luego se usar para fertilizar el campo. Los residuos líquidos pasan a la segunda cava y se utilizan para barrer y limpiar los pisos del galpón y de la pista de alimentación con agua reciclada, disminuyendo el consumo de este recurso.

“Por ahora no vemos reflejado este esfuerzo en el precio que nos paga la usina. Pero aspiramos a que algún día, no muy lejano, el mercado nos dé un plus por el bienestar animal y por el cuidado del ambiente”, señaló Hernán.

Por otra parte, explicó que una de las limitantes del proyecto es la capacidad de los robots: entre ambos pueden ordeñar un total de 140 vacas, mientras que la empresa ya está trabajando con un rodeo de 138 vacunos. Esta situación los llevó a iniciar, durante 2024, un proceso de selección muy fuerte del ganado.

“Clasificamos con una gran exigencia la calidad de las vacas con las que nos quedamos. Buscamos eliminar a las más viejas, las que presentan problemas de mastitis, de reproducción u otras fallas, para mejorar el rodeo con vaquillonas de genética superior”, indicó Sebastián, y adelantó que el tambo está preparado para incorporar un tercer robot, aunque aún no están en condiciones de realizar esa nueva inversión.

Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. El CREA Gelas.

Lechería de precisión en la Cuenca del Salado. El CREA Gelas.

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