En plena cuenca lechera santafesina, Soledad Mariano logró un fuerte repunte en el ordeñe para atajar el crecimiento de los costos y ahora sueña con explorar la frontera productiva del tambo.

El 1 de junio de 2015, Soledad Mariano comenzó a administrar el tambo que había gestionado toda su vida su padre Ángel cerca de Franck, en el centro de Santa Fe. Lo había fundado su abuelo Néstor a finales de la década del 50’ y era un sistema pastoril clásico, en el que las vacas lograban un promedio de 25 litros diarios en la primavera y que se derrumbaba a 19 litros cuando el calor sofocaba en el verano.
Mariano, que es bioquímica, recuerda que fue un gran desafío y que en un primer momento la prioridad fue cuidar y sostener el legado que recibió. “Honestamente no tenía demasiada idea de las cosas y al principio no estaba en mis planes poder mejorar la eficiencia del establecimiento”, reconoció en una entrevista con Clarín Rural.
Su padre era muy ordenado y organizado -Soledad sigue usando su planilla de ingresos y egresos- pero cuando tomó el timón se dio cuenta que el esquema no era económicamente viable. “Por el aumento de los costos, necesitábamos subir la producción. Encima el precio de la leche cruda era bajísimo en ese momento”, recordó.
El eje forrajero del tambo era un sistema pastoril en el que las vacas se iban rotando para comer en las pasturas y se refugiaban en la sombra de un “montecito” durante el verano. El ordeñe se hacía dos veces por días.
En la encrucijada que implica la constante erosión del margen de rentabilidad, Mariano encontró una idea distinta en una charla con otro tambero (Marcelo Dándolo), que le recomendó su asesor: Federico Vionnet.
El proceso comenzó con una auditoría. “Federico analizó el potencial que teníamos en la infraestructura y en la genética de nuestras vacas lecheras y nos aseguró que con algunos cambios podíamos aumentar la producción de leche”, contó.
Uno de los primeros cambios fue comenzar a registrar todo en planillas -qué comían las vacas, cuándo ingresaban al tambo, etc- y el tambero que estaba no pudo adaptarse a este esquema y decidió irse.
Se sumó Néstor Montenegro como nuevo tambero y se entusiasmó con los cambios: decidieron encerrar las vacas en un sistema semi-estabulado y empezaron a llevarles la comida al corral.
A los seis meses de haber comenzado con el plan nutricional de Vionnet, el tambero propuso la idea de avanzar hacia un triple ordeñe. “La verdad que no estábamos seguros y le preguntamos a nuestros veterinarios Cristian Boll y Julio Bonazza si lo veían viable. Nos dijeron que las vacas estaban preparadas y también las instalaciones”, aseguró.
El 1 de mayo del 2019 -Mariano tiene todo anotado-, las vacas empezaron a ser ordeñadas a las 7, a las 15 y a las 23. También invirtió en un mixer vertical para lograr una dieta más equilibrada y separó las vacas para que “coman de acuerdo a lo que producen” y a su momento reproductivo.
Las 231 vacas en ordeñe que hay ahora en el tambo de 14 bajadas están divididas en tres lotes de alta producción (70 animales cada uno). Además hay un lote de “fresca” -las que acaban de parir- y un lote de cola con las vacas en lactancias largas. A la cuenta hay que sumar 21 animales en “preparto” y 12 vaquillonas en “preparto”.
Con todos estos cambios, el ritmo de ordeñe repuntó en serio: en la primavera, las vacas logran un promedio diario de 32 litros y que oscila entre los 28,5 y los 29 litros en los tramos más agobiantes del verano. La leche cruda la entregan a la planta de Milkaut, que tiene su base central en Franck, a unos 20 kilómetros del tambo.
Con estos números, Mariano ya no sólo piensa en sostener el legado de su padre y empieza a explorar la frontera productiva del tambo, a pesar de que el escenario económico en la Argentina es incierto y el precio de la leche cruda se fija en pesos contra insumos dolarizados.
El tambo está en un campo de 90 hectáreas y trabajan otras 430 hectáreas (entre propias y alquiladas). Con un equipo de frío de 10.500 litros, estiman que tienen capacidad para crecer hasta las 350 vacas en ordeñe, con algunos ajustes en la logística de entrega de la leche.
“Ya compre seis bajadas más para llevar el tambo a 20 bajadas y estoy esperando un cambio de transformadores que tiene que hacer la Empresa Provincial de la Energía (EPE) de Santa Fe para que tengamos la capacidad eléctrica para la ampliación”, contó. También compraron una picadora de forraje y un carro forrajero.
“A mí me gusta mucho lo que estudié, pero agradezco a mi padre haberme involucrado en todo esto: estoy muy entusiasmada y aprendo cosas todos los días”, aseguró Mariano, que tiene dos hermanas: Fernanda, que la ayuda con el registro de todas las cuestiones reproductivas, y Romina que es hematóloga en Paraná.
El otro gran pilar de este tambo santafesino es el bienestar animal. “Mi Papá siempre trabajó sólo en el tambo, pero las tres teníamos un gran amor por los animales. Por eso uno de nuestros lemas es cuidar y tratar muy bien a nuestras vacas para que puedan producir a su máxima capacidad”, insistió.
Montenegro, el tambero, lo expresa con un eslogán. “Si las tratás bien, te lo pagan en producción de leche”, aclaró. Y el bienestar animal se nota en que las vacas no se asustan cuando se acercan alguien del equipo y tampoco son tímidas al posar para las fotos de Clarín Rural.
Soledad vive en Franck -en plena cuenca lechera central-, tiene dos hijas adolescentes (Sol y Millie) y todos los días pasa a ver cómo está su mamá María del Carmen Borghetti.

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