Entre San Carlos y Gálvez, en el departamento santafesino de Las Colonias, está Gessler. A pocos kilómetros del pueblo, los Imhoff esperan con el mate preparado y la charla dispuesta.
Lucila, Paula, Pilar y con siete años de diferencia Ignacio y Julián, son los que componen la empresa, pero el manejo recae en la mayor y el último de los gemelos, que ahora le alquilan la tierra a su padre.
Entre pendientes y ondulaciones, la cañada hasta el arroyo Colastiné les da un paisaje distinto, pero con buenos accesos como ventaja más allá del terreno improductivo.
En la casa donde vivieron de chicos, con padres profesionales del campo, pasan las jornadas de trabajo, recuerdan esos años y los posteriores en los que la tierra, 140 hectáreas productivas de los bisabuelos maternos, se dedicaba a la ganadería de carne como la base para lo que hace un año y medio se transformó en tambo.
De aquellas ocho vacas para el rodeo de cría ganadero con las que se iniciaron sus padres y lo hicieron crecer, hace seis años que empezaron a definir una mutación hacia la lechería, acompañados por el grupo CREA Centro-Oeste santafesino, que tiene ocho empresas tamberas de las 11 que lo componen.
“Hicimos un trabajo planificado porque la rentabilidad en la ganadería no era buena. En la primera reunión de CREA nos plantearon instalar un tambo. A Lucila siempre le había gustado, yo nunca me había metido en el tambo, pero hoy haciendo esta actividad me encanta, así que arrancamos, con la idea de generar dentro de las hectáreas propias una actividad que genere volumen de facturación y renta, similar a salir a alquilar unas 800 hectáreas para agricultura”, reconoce Julián.
El es el que muestra todos los días en Twitter lo bueno y lo difícil del tambo, a la gran comunidad del #campo en la red, donde a veces se lo puede ver a Ignacio.
La idea de cambio productivo venía de 2007, pero la inundación histórica se llevó el proyecto.
“Teníamos el rodeo de vacas de cría y ya habíamos dejado de hacer el ciclo completo y la reposición. Fuimos vendiendo la invernada, las madres y nos fuimos achicando”. En 2016 con la otra inundación, el agua de la cañada subió y los empujó al cambio, sumado a la pérdida de su mamá un año antes, que era la que quería sostener al ganado de carne. El cambio de composición en la empresa no les permitía tener carpeta bancaria para pedir créditos, no había balances para presentar y así se demoraron las inversiones.
Compraron 30 vaquillonas holando para dar servicio, sin ninguna instalación, por eso a la primera que inseminaron en el campo la vendieron porque no había donde ordeñarla cuando iba a parir.
De a poco compraron la ordeñadora, los bretes, los comederos automáticos y el equipo de frío, con excedentes de cereal, que esperaron la instalación hasta comienzos de 2018 cuando consiguieron un crédito que les permitió construir la sala de ordeño, prolija, alta y con un amplio corral de espera, armada con 12 bajadas, pero con lugar para 16 a futuro.
CRECIMIENTO
“Desde cero no sabíamos cuánto íbamos a poder crecer. Hoy estamos en 201 vacas en ordeño con 5.500 litros, manejando las pasturas y la oferta de silo. Alquilamos 250 hectáreas alrededor del campo para hacer agricultura, pero toda la pastura es nuestra y sólo compramos el balanceado que se les da en la sala”, habiendo partido de ordeñar a tres vaquillonas y sacar 20 litros, hasta la actualidad que están limitados por el equipo de frío.
“Pensábamos que nunca iban a dar leche las vacas” reconoce ella y Julián agrega “ahora nos reímos porque con 15 vaquillonas y sin poder prender el equipo de frío sacábamos la leche en cuatro tachos, hasta una pyme. Pero terminamos 2018 ordeñando 180 animales”.
La producción la entregan a Saputo y la empresa recibe bien la expansión, con materia prima de alta calidad. “Cuando empezamos a ordeñar la leche estaba seis pesos por litro y al ejercicio lo terminamos con una leche de casi 14 pesos. Este año, antes de la devaluación post-paso, la foto del negocio era muy buena”, siguiendo ahora debajo de los 30 centavos de dólar y con un maíz retrasado en el precio.
La indefinición de los números frente al dólar y las políticas agropecuarias, además del impacto del verano en la producción son las variables que los Imhoff, al igual que el resto de los productores, miran con desconfianza en el mediano plazo.
“Mientras tanto hay que seguir ordeñando y produciendo pasto”, porque están en un año y medio cumpliendo el objetivo original de tener a 200 vacas en ordeño, por lo tanto ahora deben redefinir el horizonte del negocio que con buen manejo les ha resultado muy bien.
Quizá sea el momento de invertir en maquinaria para alivianar la carga.
“A veces pensamos en tener otra unidad de ordeño” entiende Lucila, seguida por Julián que no se queda corto. “Eso es un sueño, pero a este tambo también lo soñamos, pero para eso tenernos que pensar en alquilar más campo y ahí instalarlo”.
AGUA EN LOS LOTES
La inversión inicial no alcanzó para cuestiones vinculadas a la sombra, incluso en el corral de espera. Era eso o llevar agua a unas 60 hectáreas de alfalfa, hacia el oeste del campo, con lo cual gracias a eso y al corrimiento de los horarios de ordeño a las 7 y a las 19, consiguieron no tener gran impacto en la producción durante los meses de calor. La agenda de extracciones se adapta también a la extensión de los días, siempre prensando en el confort animal.
“La decisión es hacer ahora la inversión para poder llevar agua a la otra mitad del tambo. Para la sombra llevamos a los animales a una zona de árboles que tiene dos piletas con agua de red, con recambio constante, además de ofrecerles en el lugar silo. Le vamos a buscar la vuelta mientras queda pendiente la inversión de la sombra”.
El manejo les permite ordenarse de esta manera.
“A nosotros no nos gustan los días de lluvia, el camino hasta la ruta y el barro, por eso estamos pensando que en un lote que hoy está con agricultura y que llega a la ruta, deberíamos hacer un camino para tener acceso directo. Por la leche, el balanceado y la gente, para hacer más fácil cualquier situación de complejidad”, proyectan.
Del mismo modo, reconocen que con el autoconsumo bajan costos y no pierden calidad, así como mejoran la utilización de la mano de obra.
EN EQUIPO
Lucila y Julián están todos los días en el campo, trabajando con Daniel y Natalia, que son un matrimonio que cuenta con dos ayudantes para el ordeño. Además está también viviendo en otra de las casas un empleado más que colabora con la agricultura y el mantenimiento.
De esta manera, pueden tener descansos y reemplazos, bmejorando las condiciones lógicas de la tarea.
“A las decisiones grandes las tomamos entre los cinco hermanos, pero las del día a día las tomamos con Julián. Nos llevamos muy bien, somos bastante parecidos y trabajamos para que el resto de los hermanos se interiorice en lo que pasa todos los días, pero eso es parte de estar todo el tiempo acá”.
Lucila es la que se encarga desde hace muchos años de la administración de la empresa, muy sustentada en el acompañamiento del CREA, que aporta herramientas que la universidad no da, como por ejemplo el trabajo a través de presupuestos financieros para poder controlar de manera efectiva la rentabilidad y el negocio.
“Los números son la clave de la gestión en el tambo, que va más allá de los litros y se mete en el balance total de la actividad”, explica.
En definitiva, el tambo siempre fue una actividad familiar y ese traspaso, la negociación de del día a día forma parte fundamental de lo que estos hermanos demuestran de la mejor manera.
“Tuvimos el acierto de haber arrancado en el tambo teniendo pautas claras de cómo invertir y qué hacer para no quedarnos empantanados en problemas cotidianos. Esto marcha siendo pastoril, con autoconsumo, con pariciones estacionadas, crianza colectiva en guachera e incluso con el objetivo de empezar a trabajar con el cruzamiento de razas”.
Felices de haberse animado a la aventura del tambo, y que resulte, los hermanos Imhoff arriesgaron por la lechería, estudiaron mucho, observaron y sin prejuicios sobre la actividad se animan a crecer mucho más allá de la coyuntura.