El primer silo se hizo en 1984, en el tambo emblemático de Hardoy en Junín: Las Raíces Viejas. Unas 20 hectáreas. De allí a otro par de tambos en Lincoln. Los resultados fueron lo que se esperaban. Arrancaba el silo de maíz en el tambo.

Dedicamos esta edición de Clarín Rural al Congreso CREA. Más allá de la densidad temática que desgranamos en las páginas centrales del suplemento y en la web, creo que es una buena ocasión para contar algunas de las cosas trascendentes que me tocaron vivir en esta fantástica era de la Segunda Revolución de las Pampas. Reflejan el espíritu creativo de los pioneros. Por supuesto que la cosa venía de antes. Pero… CREA Lincoln, voy a evocarte.

Hace 40 años conocí a los miembros del CREA Lincoln, con fuerte sesgo tambero. Entre otros, ahí “militaban” Alberto Hardoy con su sobrino Alberto Freixas, quienes se convertirían en mis mejores amigos y también socios en aventuras tecnológicas… También estaba Rafael Llorente, los Lacau, Jorge Herbin, los Donovan. Todos de punta, yendo al frente en la búsqueda de competitividad.

Vayamos por partes… Hardoy y Freixas (con su hermano Pepe, el gran ordenador) trajeron las alfalfas sin latencia. También el trébol rojo Quiñequeli y el raigrás Tama. Todos hitos de la lechería de base pastoril, por entonces indiscutida. Pero “vieron” que el potencial creciente del maíz daría lugar a una alternativa que hasta entonces parecía “cara”: el silo de maíz. Aquí solo se hacían silos de picado grueso de praderas.

Tras horas y horas pergeñando la forma de conseguir algún equipo de picado fino y probar, en la Expodinámica de La Laura, encontramos un camino. Mainero había desarrollado una picadora de uno y dos surcos, la 4710. El inolvidable Nelson “Tito” Lambertini, padre del hoy presidente de la empresa, ofreció un par de máquinas para experimentar. Juan Carlos Ruano, por entonces en Massey Ferguson, sumó un par de tractores de 100 HP, la potencia requerida. El resto fue contratar camiones volcadores y un tractor para pisar. Arrancó la cosa.

El primer silo se hizo en 1984, en el tambo emblemático de Hardoy en Junín: Las Raíces Viejas. Unas 20 hectáreas. De allí a otro par de tambos en Lincoln. Los resultados fueron lo que se esperaban. Arrancaba el silo de maíz en el tambo. Ya sabemos lo que pasó, pero pocos conocen el origen. El mismo Rafael Llorente probó con un maíz super precoz, aquellos de Atar de los 80, sembrando sobre trigo. No había Bt, así que la diatraea era un problema en siembras tardías. Lo picó antes del ataque. Este año, por la sequía, la gran alternativa para el maíz son las siembras tardías, viables porque contamos con los eventos de tolerancia a lepidópteros.

Acumulación de innovaciones. Hoy el silo de maíz es una tecnología indiscutida, que revolucionó el tambo y abrió el camino a los modelos de alta producción individual, con raciones totalmente mezcladas, vacas que ya no tienen que caminar largos trayectos de ida y vuelta, dos veces por día.

Confort, bienestar animal, menor huella ambiental. Manejo y valorización de los efluentes, independencia respecto a la estacionalidad y los eventos climáticos. Contamos con los contratistas de forraje más profesionales del mundo. Entre ellos, Walter Barneix, hijo de don Juan, muchos años tambero de Alberto Hardoy. Walter tenía veinte años cuando se subió a la picadora de Hardoy. Hoy cuenta con varias Claas de última generación y es un referente de la cámara de ensiladores.

En 1993, Rafael Llorente, que presidía el CREA (luego sería presidente de la entidad a nivel nacional) me propuso viajar a Estados Unidos y Europa a ver alternativas forrajeras. Arrancamos por la Florida, fuimos a Gran Bretaña, volvimos a Estados Unidos y viajamos desde Nueva York a Minneapolis, pasando por Cornell (Ithaca), Chicago, el Farm Progress Show, la World Dairy Expo de Madison, Wisconsin. Tres semanas inolvidables. Eran tiempos difíciles, la convertibilidad le había complicado la vida a muchos, pero facilitaba el acceso a la tecnología. Rafa Llorente plasmó el momento con su frase “somos los Sioux de las pampas, vamos escondidos atrás del caballo a toda velocidad”.

Lo que arroja este congreso CREA, es que el espíritu emprendedor mantiene su ímpetu. A pesar de todo.

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