La ganadería desarrollada en nuestro país es altamente eficiente y la carne vacuna tiene una imagen de producto saludable al ser producida, en gran medida, en condiciones pastoriles. Su calidad es reconocida por los consumidores de todo el mundo y realiza un aporte importante a la seguridad alimentaria en un planeta con demanda creciente de proteínas. Los nutricionistas indican que es un componente esencial de la dieta humana, por su composición de aminoácidos muy superior a la de las proteínas vegetales y de otras carnes.
Sin embargo, al ser desarrollada por rumiantes, la ganadería vacuna es acusada de contaminar el ambiente con metano que se produce a partir de la fermentación entérica. Así, se cuestiona la huella de carbono de la ganadería, es decir su contribución a la liberación de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global. La huella de carbono es un indicador ambiental que refleja la totalidad de gases emitido por una actividad según normas internacionales.
Hay que considerar que, muchas veces, estos ataques tienen su origen en intereses creados por otros oferentes de alimentos y por posiciones ambientales fundamentalistas, sin que haya una respuesta organizada de la cadena cárnica, con argumentos científicos para neutralizarlos.
Fue por esta realidad que la Sociedad Rural Argentina hizo de anfitrión para un seminario que convocó a numerosas entidades nacionales e internacionales vinculadas a la actividad, para darle impulso al desarrollo de estrategias que demuestren que la producción ganadera es sostenible si se implementa con el manejo adecuado.
Y también sirvió para enfatizar que su contribución a la alimentación de la humanidad es mucho más importante que la emisión de metano -un gas de corta vida media- a la atmósfera. En la reunión también se analizaron las nuevas preferencias de los consumidores de carnes y lo que habrá que hacer en el futuro para satisfacer esos requerimientos.
El evento en la Rural, llamado Seminario Regional de Producción Ganadera Sostenible en las Américas, fue organizado por la Federación de Asociaciones Rurales del Mercosur (FARM), la Federación Panamericana de Lechería (Fepale), el Consejo de Exportadores Lácteos de Estados Unidos (Usdec) y la Federación de Productores de Leche de Estados Unidos (Nmpf).
Metano y cambio climático
“Las fuentes de contaminación con gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, óxido nitroso, metano) en el ambiente son muchas; provienen del transporte, de la industria, de la producción primaria y de muchas otras actividades humanas. La fermentación entérica de los rumiantes es una fuente de metano y configura el 50% de las emisiones que genera la producción de alimentos, ante lo cual es importante reducirlas”, afirmó Heyden Montgomery, representante del Global Methane Hub en el seminario.
Para ese propósito, recomendó implementar buenas prácticas de manejo y aumentar la eficiencia productiva de los rodeos. No obstante, aclaró que “hace falta mucha investigación para desarrollar nuevas herramientas eficaces para reducir la producción de metano en rumiantes, que los gobiernos deberían financiar”.
Además, según la opinión del técnico, la solución al problema del metano entérico no tiene una receta única, sino que provendrá de un trabajo conjunto del sector privado y público, que incluya desarrollos de la genética, de la nutrición, de la bioquímica y de otras disciplinas operando en forma transversal. “Hay que hacer investigaciones que nadie está haciendo hoy, y las start ups podrían aprovechar la información que se genere”, desafió.
Por su parte, Juan Tricarico, vicepresidente del Envirnmental Research at Dairy Management, explicó como se puede mitigar la emisión de gases entéricos de los rumiantes. “La realidad es que la ganadería vacuna emite metano a la atmósfera y ese proceso debe reducirse”, admitió. Sin embargo, aclaró que “disminuyendo la cantidad de metano en el aire no se reduciría el calentamiento global porque otros gases, como el dióxido de carbono y el óxido nitroso, también lo producen”.
Al considerar herramientas concretas para disminuir la producción de metano por los rumiantes, dijo que se probaron 98 opciones, pero la mayoría no dio los resultados esperados. Y algunas tuvieron efecto nocivo sobre los animales.
Como resultado, quedaron solo ocho herramientas y falta mucha información para tener resuelto el problema. Entre las opciones disponibles destacó la conveniencia de utilizar animales con buena genética en esa característica y proporcionarles ambientes y alimentos que permitan expresar todo su potencial de producción. Indicó que los animales que alcanzan mayor producción “diluyen” las emisiones de metano. Por lo tanto, en los sistemas que tienen posibilidad de producir más, el primer paso sería darlo.
También dijo que “se pueden aprovechar las diferencias de emisión que se producen de acuerdo al ciclo de madurez de los pastoreos y por variar la relación forrajes/concentrados de la dieta”. Asimismo, hay que seguir explorando componentes químicos que inhiban la producción de metano, entre los cuales se pueden mencionar algunos nitratos, sulfatos, grasas y algas rojas.
Bonos de carbono
En los últimos tiempos se habla cada vez más de los bonos de carbono como mecanismos válidos para compensar la emisión de gases de efectos dañinos sobre el ambiente. Martín Fraguío es miembro honorario de GPS (Grupo de Países Productores del Sur) y director de la consultora Carbon Group. En el seminario regional explicó cómo funcionan y cómo se contabilizan los bonos de carbono, además de describir las oportunidades que pueden generar para los productores.
Definió que hay tres sistemas de contabilidad de bonos de carbono, con diseños diferentes desde el punto de vista académico y con funciones distintas. “El primero es el de los Inventarios Nacionales, o sea los inventarios que hacen los países obligatoriamente por el acuerdo del París celebrado en 2015. Se deben presentar informes en forma bianual y, sobre esos registros, se tienen que cumplir los programas de mitigación de emisión de gases de efecto invernadero”, amplió.
Sin embargo, los países, como tales, no emiten; quienes emiten son las actividades que desarrollan las personas con automóviles, aviones, fábricas o vacas. Entonces, aparece un segundo diseño de contabilidad que toma los mismos gases de efecto invernadero, pero los cuantifica aplicados al funcionamiento de las empresas. Así, se puede hacer una huella de carbono, es decir, la contabilidad de las emisiones anuales de una empresa o de un producto. “Es diferente a los Inventarios Nacionales porque cada empresa tiene emisiones propias, otras que le vienen por la energía que usa -por ejemplo electricidad- y otras que también le llegan de sus proveedores o de sus clientes a lo largo de la cadena de valor.
El tercer sistema de contabilización de carbono es el que permite generar bonos con metodologías específicas. Con estos bonos “se premia a quien hace una contribución adicional, extraordinaria, de reducción de emisión de gases, sobre lo que viene haciendo”, definió Fraguío.
Hay mercados de carbono creados desde el ámbito de las Naciones Unidas, a partir del protocolo de Kioto de 1997, pero el posterior acuerdo de París de 2015 generó un nuevo mercado más moderno, bajo las condiciones del artículo 6. “Ya no se habla de países ricos y países pobres, sino que se busca generar compromisos de gran escala, porque el mundo enfrenta la necesidad de cambio de su matriz productiva como nunca antes en la historia, al tener que llegar a emisión cero en 2050″. Ese colosal requerimiento determina “que haya que multiplicar por diez la inversión anual que se debe hacer alineada al cambio climático. Es un desafío descomunal, en el cual muchas cosas deben ser modificadas”, disparó Fraguío.
“El desafío es dejar de invertir en cosas que destruyen el ambiente y generan emisiones que provocan el cambio climático, para invertir en lo contrario, lo que supone un desafío muy grande. Ahí es donde aparece la necesidad de los mercados de carbono y de poner un precio cierto a las externalidades negativas y positivas de una producción”, aclaró Fraguío.
A continuación dijo que “hay mercados obligatorios de bonos de carbono en las Naciones Unidas bajo el artículo 6, que se han concretado, por ejemplo, en México y Colombia. Por su parte, en Brasil avanza una ley en el Congreso para crear un mercado interno de este tipo y en China ya funciona el mercado más grande del mundo”.
También hay mercados voluntarios: se constituyen en países que cumplen con las metodologías establecidas y, de esa manera, generan bonos de carbono que son comprados por empresas, que también operan voluntariamente, como una compañía de transporte que produce gases de efecto invernadero, por ejemplo. Para el desarrollo de estos mercados “habrá que determinar el costo de las emisiones y establecer precios para quienes ofrezcan beneficios. Hoy esos parámetros no están precisos”, criticó Fraguío.
Los productores agropecuarios tienen la oportunidad de incrementar el secuestro de carbono a través de la mejora los suelos, el desarrollo de sumideros de carbono con bosques que secuestran dióxido de carbono de la atmósfera o reduciendo las emisiones de la ganadería, siempre y cuando demuestran que realizan prácticas superadoras de la condición original.
Las preferencias de los consumidores
En el seminario organizado por la SRA hubo otros temas en los cuales se recomendó que los productores pongan el foco. Uno muy importante es la consideración de las nuevas preferencias de los consumidores de carnes.
En ese sentido, Fabio Montossi, del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria de Uruguay, aseguró que “la demanda de carne seguirá creciendo por el aumento de la población mundial y por la mejora de los ingresos”. No obstante, aclaró que la carrera de los volúmenes demandados será ganada por la carne aviar y porcina sobre la vacuna. También adelantó que el mayor crecimiento del consumo de carnes en los próximos años se dará en países de Asia, África y Latinoamérica.
Al considerar específicamente a la carne vacuna, dijo que hay que tener en cuenta los valores intrínsecos (propios del producto) y los extrínsecos (por ejemplo, cómo se produjo). Entre los primeros -es decir cuando un bife está en el plato- figuran elementos vinculados al placer, a la conveniencia y a la salud. Entre los segundos aparecen el bienestar animal, la inocuidad del producto y el cuidado del ambiente al producirlo. Ambos valores deben ser tenidos en cuenta por los ganaderos, al considerar que los consumidores de alto poder adquisitivo son exigentes en los valores extrínsecos del producto, además de los propios.
El orador también destacó el papel agroecológico de los rumiantes. “El 86% de los alimentos que consume el ganado bovino en el mundo no es apto para el consumo humano”, preciso y agregó que “la mayor parte de la producción de carne bovina se hace en suelos marginales para la agricultura”. A través del consumo de forraje -que no tiene uso como biocombustible- los bovinos generan un producto de alto valor biológico, para asegurar la persistencia de la humanidad en la faz de la tierra.
Montossi también destacó la necesidad de prestar atención al bienestar animal, es decir cómo se trata a los vacunos en el sistema de producción, algo que es motivo de importancia creciente en el mundo.
“En Uruguay hay 10% de la población que no consume carnes rojas por lo que entienden como maltrato animal, perjuicio al ambiente y efecto negativo sobre la salud humana. Destacó que, de ese porcentaje, el 20 corresponde a personas de nuevas generaciones, de 18 a 29 años, que se definen como veganos o vegetarianos. Además están surgiendo categorías de consumidores de carne part time, que solo la compran para el fin de semana o para celebraciones. En síntesis, “quienes puedan mostrar ventajas en bienestar animal en sus empresas pueden apuntar a las personas con mayor nivel de ingreso, que podrían estar dispuestos a pagar más por esas condiciones”, adelantó Montossi.
Por otro lado, también consideró los vínculos entre el consumo de carne roja y la salud humana. Explicó que es un tema en debate, que no está totalmente aclarado. Por un lado, está aceptado que la carne vacuna es parte esencial de la dieta del ser humano, pero hay publicaciones que proponen la disminución del consumo por sus supuestos efectos negativos sobre el sistema cardiovascular.
Montossi dijo que “es difícil diferenciar los aspectos científicos de esta cuestión de los intereses creados que critican a las carnes rojas. Muchos problemas cardiovasculares atribuidos al consumo de carne vacuna, en realidad son consecuencia de una serie de malas prácticas de vida como el hábito de fumar, no hacer suficiente actividad física y tener tendencia a la obesidad, y no del consumo racional de carne”.
En función de las tendencias descriptas, los ganaderos deberían incorporar características deseables a los sistemas productivos, entre los que Montossi resaltó la búsqueda de una elevada eficiencia de conversión de alimento en carne. Para reducir la emisión de metano que generan los rumiantes, se pueden seleccionar animales que presenten mayor eficiencia de conversión y que produzcan menor fermentación entérica.
Este carácter se puede seleccionar genéticamente. También aconsejó la certificación de productos. Un ejemplo es la presentación de la huella de carbono en sistemas que utilizan prácticas mejoradas las para reducir la emisión de gases.
A modo de síntesis, Montossi dijo: “Estamos frente a cambios disruptivos de las preferencias de los consumidores, ante los cuales hay que moverse rápidamente; alinear los sistemas de producción ganadera con esas nuevas exigencias es el desafío de la hora para ser preferidos”.
“Para capturar estos nuevos espacios, se pueden certificar los productos y desarrollar más acciones de marketing y comunicación con información científica, de manera combinada entre instituciones públicas y privadas de forma que, cuando se vende carne vacuna, se ofrece un concepto que incluye trazabilidad, huella ambiental y responsabilidad en la manera de producirlo”, remarcó.
Hacia adelante
Ante los ataques que recibe la ganadería vacuna por sus emisiones la metano, hay productores que toman una actitud negacionista y piensan que esas cuestiones no son relevantes, que son impulsadas por fundamentalistas, y que no se justifica invertir tiempo en contestarlas, porque hay demanda suficiente por carne vacuna.
La otra actitud es reconocer que la hacienda vacuna emite gases de efecto invernadero pero, al mismo tiempo, habría que destacar que ese efecto se puede disminuir a niveles razonables con manejo adecuado, y que el aporte de la carne vacuna para la seguridad alimentaria mundial es más importante que la emisión de metano.
Para desarrollar estrategias en ese sentido –que hasta ahora han sido débiles y parciales- se requiere un trabajo de equipo que incorpore instituciones privadas y públicas y toda la cadena de la carne trabajando en conjunto.
El principal desafío que enfrentará esa organización, que dio su primer paso con el seminario de la Sociedad Rural, será fortalecer la imagen del sector ganadero como actividad sostenible y estratégica, comprometida con la producción de alimentos insustituibles para la nutrición humana. También será imprescindible comunicar que la ganadería vacuna es altamente eficiente en transformar forraje de bajo valor en producto animal de alto valor para consumo humano. Así se podrá neutralizar el relato de posturas fundamentalistas que indican que “todo lo que se hace en ganadería es malo”.
En el plano cotidiano, habrá que mostrar que la ganadería ofrece soluciones, con programas para reducir las emisiones de gases y explicar a los consumidores que pueden adquirir productos con atributos ambientales específicos. Por último, el equipo deberá impulsar la inversión en investigación aplicada en los temas anteriores, adaptada a las condiciones de cada región ganadera. Será un trabajo de largo aliento, que no se puede postergar.