Al sacar las cuentas de esa docena de años que pueda llevarse la recuperación del sector agropecuario, la cifra sorprende en cálculo a partir de $16.248.000.000.

Se trataba de un área que había empezado a sufrir por la inestabilidad económica, pero con la pandemia por covid-19 terminó de agudizar. De allí, que el escenario agrícola y pecuario es planteado desde la Federación Nacional de Ganaderos de Venezuela (Fedenaga), con un plan que puede superar los $1.354 millones por año. Una base que busca productividad, pero que tiene gran peso en la renovación de maquinarias y cuya seguridad está asfixiada por el 75% de tierras intervenidas por el Estado.

El embudo empieza desde el agricultor que le cuesta cubrir los gastos de fertilizantes, abonos y demás implementos, además del combustible para la operatividad de maquinarias y vehículos para la distribución. Una cadena de sacrificios que arranca por la compra de combustible a revendedores clandestinos y hasta a más de $1.5 por litro, además de la dificultad para transitar en vías agrícolas tan deterioradas que colapsan en época de lluvia y obligan a la autogestión de productores, para intentar de reparar los tramos más extremos y que terminan pagando horas de alquiler de máquinas para no quedar incomunicados en municipios foráneos.

Según Luis Prado, vicepresidente de Fedenaga, se tendría una mejor plataforma con más financiamiento, recordando esos créditos oportunos y a la par del ciclo de producción. “Debemos crecer con el rebaño”, resalta y señala considerando la realidad en los precios de la carne, leche y demás productos derivados.

Conscientes que no se trata de un adelanto a corto plazo, estiman una posible recuperación en más de $1.354 millones al año, por ser de escalas que van carcomiendo la producción. La inversión en maquinaria supera los $740 millones al año, considerando que existe un tercio con posibilidad de recuperación y otro significativo lote inservible que amerita la sustitución. También se incluyen alrededor de $10 millones por repuestos.

Con las deficiencias del suministro eléctrico, lo califican desde la autogeneración en un estimado de hasta $125 millones, considerando la prioridad de esta principal fuente para el alumbrado, funcionamiento de bombas y para demás aparatos que permitan la producción o conservación de determinados productos perecederos.

En dicho estudio para la recuperación de vehículos de trabajo se podrían llevar hasta $355 millones. Una realidad vivida con las denuncias de productores de municipios de foráneos de Lara, quienes no aguantan el sacrificio al tener que sacar ciertas cosechas en motos, por la pérdida de la flota de los vehículos de tracción y teniendo entre las principales consecuencias el desgaste por el deterioro de las vías agrícolas, las cuales terminan con tramos intransitables.

Es todo un universo que deja al descubierto esa disminución en la siembra y que se siente en la entidad larense, frente al clamor de pequeños productores condenados a la agricultura de subsistencia, siendo una merma tan extrema que les deja esa mínima cosecha para el consumo familiar. De allí, que desde Fedenaga reiteran entre los múltiples factores los problemas con la escasez de combustible, carencias y altos costos en fertilizantes, así como el debilitamiento por la falta de financiamientos bancarios.

“El sector ganadero cubre 100% de los productos ganaderos, como leche y carne”, señala Prado, en un país que atraviesa una reducción, producto de la contracción de la demanda. Esto lo explica desde un inventario ganadero estimado en 11 millones de cabeza de bovino y cuya proyección a 12 años, tendría un crecimiento significativo de 25 millones de cabezas, aproximadamente.

La solidez podrían conseguirla con todos los recursos posibles, incluyendo al referencia crediticia desde la banca nacional, pero con la disminución del encaje legal. La mejoría tendría más estabilidad al buscar recursos en el exterior. Confianza y reglas claras facilitan ese avance en la recuperación del sector agropecuario.

Dichos pilares encaminan directo a esa búsqueda de la excelencia y hasta penetrar mercados internacionales con más peso en el valor de los productos. Una tarea que se realiza en progresivo, a partir de la genética con la debida selección del ganado. También es válida la conservación del medio ambiente y de allí la garantía de fertilidad. Coyunturas para ser ambiciosos en la visión de cadena del valor agregado.

La marca venezolana estará desde un posicionamiento con fuentes internas y externas para ganar la confianza, porque de lo contrario se prolongaría por más tiempo ese despegue de productividad y captar mercados más allá de las fronteras.

Por disposición

“Las importaciones colombianas han penetrado hasta en Barquisimeto, convirtiéndose en casi la cuarta parte del anaquel nacional”, señaló Edison Arciniega, director de la organización Ciudadanía Activa, al referirse a la crisis de rentabilidad en la agricultura nacional, llevando a consumidores a depender de los productos extranjeros y a confirmar que 9 millones de consumidores de comida suplen las necesidades del sistema alimentario colombiano. Se trata de un aproximado de la cuarta parte que dependen de marcas del exterior.

Una cruzada que choca con la disposición de alimentos, teniendo de referencia que para 2019 se percibían 17 kilogramos de alimentos por persona, mientras en el primer semestre de 2021 rondó en 24 kilogramos. Un registro positivo de un mínimo incremento, pero que aún le falta para llegar a los 36 kilogramos requeridos.

La explicación viene de las fallas en rentabilidad, con una evolución que sentencia a una dieta más calórica y concentrada en el peso de cereales, con un mayor consumo y que también se afinca en los tubérculos. El déficit es percibido desde las carnes y lácteos, donde las frutas han disminuido considerablemente.

Para el primer semestre de 2021, la proyección de los cereales subió hasta en 144%, con una recuperación tímida en carne y pollo. Las frutas siguen rezagadas y hasta cayeron las leguminosas, incidiendo la baja en la oferta de lentejas por el gobierno.

Una cadena impresa en la reconstrucción del patrón de consumo, con una dieta propensa a la obesidad y alejada de frutos que refuercen el sistema inmunitario.

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