Oscar Chapado es tambero de la zona de Bunge. Decidió enfrentar la crisis que atraviesa el sector lechero con una fuerte apuesta: compró tres robots ordeñadores y digitalizó su tambo.

Este hombre, que comenzó ordeñando las vacas a mano con su padre y su abuelo, enfrentó la peor de las crisis con la inundación de 2017 y tuvo que cerrar dos de sus tres tambos. Pero ahora se juega el todo por el todo por la tecnología, con el objetivo de renovarse y ser más eficiente a la hora de producir.

El diario La Nación le realizó una nota que Actualidad reproduce a continuación:

Solo van seis días desde que en el tambo “Sol de Octubre”, Oscar Chapado, la rutina cambió por completo y se asemeja un poco a los más sofisticados de Australia o Europa.

El 2 de enero, a ocho kilómetros al norte de la localidad bonaerense de Bunge, los tres robots ordeñadores comenzaron su labor y Chapado, de casi 60 años, aún no puede creer haber llegado.

Para el tambero ese día fue largo pero inolvidable. “Esa jornada no la olvidaré jamás; trabajamos con mi hijo junto a otras 10 personas desde temprano hasta las 23; 20 horas sin parar, tratando de que las vacas se amiguen con la máquina. Cerca de medianoche, cuando terminamos la faena, abracé a mi hijo y lloré de emoción”, contó.

En ese momento, uno a uno, los recuerdos de Chapado se fueron sucediendo. “Se me pasaron miles de imágenes por mi cabeza, cuando a los siete años ordeñaba a mano junto a mi padre y mi abuelo, que eran empleados en tambos de la zona”, recordó.

Agregó: “Hoy, con un tambo propio, con mi padre de 88 años, sentí con orgullo que había llegado”.

Ya son 120 vacas, de un rodeo de 250, que se encuentran en el proceso de enseñanza para este sistema digitalizado: “De a poco se van acostumbrando a la nueva forma de ordeñe”.

En el año 95, Chapado empezó con un tambo muy artesanal de ocho bajadas con un rodeo de 80 vacas, ahí el camión iba dos veces por día a buscar la leche porque no tenía un sistema de refrigeración para conservarla. Para el año 2000 producía 4000 litros por día y, a pesar de que en 2001 llegó una inundación y las complicaciones eran frecuentes, el tambero nunca abandonó el barco: llegó a tener tres tambos en funcionamiento.

Pero llegaría el último coletazo: la inundación de 2017 dejaría los caminos rurales en pésimo estado y la desidia de la administración pública en la reparación de los accesos, hizo que deba vender dos de sus tres tambos y solo le quede el de Bunge, al que decidió “ponerle todas las fichas”.

La compra de los robots fue un sueño concretado. “Hace más de 20 años viajé a Europa y vi tambos robotizados y nunca pensé que eso mismo iba a poder llevar a cabo en mi propio tambo”, contó.

El costo de cada robot es de US$200.000: el 50% lo abonó de manera personal y el otro 50% lo financió un banco holandés por intermedio de Lely, la empresa holandesa (líder mundial en venta de robots en el mundo) y proveedora del equipamiento.

A esa inversión se sumó la construcción de un tinglado grande, de 14 metros por 28, donde se encuentra la sala de leche, los robots y una oficina, con un costo de $5 millones.

La incorporación de los robots al tambo mejorará la producción de leche y suplantara la mano de obra, “que hoy por hoy escasea”.

El procedimiento es automático y funciona a través de electricidad y aire comprimido. Las vacas tienen un collar con dos chips: uno le mide la rumia y el otro permite que la vaca ingrese al robot. Allí dentro, le limpia las ubres, la ordeña y luego la desinfecta; también le provee la cantidad comida asignada para esa vaca. Los robots paran 45 minutos cada 12 horas para autolimpiarse.

Un papel importante cumplen las puertas inteligentes que redireccionan a la vaca en cuatro sectores. En el último (la puerta D), el robot envía a la vaca que detecta que tuvo algún problema, como mastitis.

Chapado está feliz y cuando uno le habla de las dificultades del sector, él conserva las esperanzas de que un día todo cambiará. “El tambo es la adicción más compleja para dejar, porque uno se enamora de este trabajo”, concluye.

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