Hasta la iglesia está cerrada. Allí, desde la vereda Tesorero de Entrerríos, municipio del Norte antioqueño, Valentina Correa solo alcanza a escuchar las campanas de la parroquia, que aún suenan, una refrigeradora de lácteos y los ladridos de un perro.
Ocuparse de la cosecha y jugar parqués, algunas de las cosas que adelanta Rigoberto Rodríguez, de 74 años, en el corregimiento de Santa Elena en Medellín. Vive en la vereda El Mazo y en esta época de cuarentena no ha visto un solo turista. FOTO JAIME PÉREZ M.

Nada más. Tampoco hay vecinos por ahí.
Su tío, incluso, salió por estos días a caminar y la policía lo mandó otra vez a casa bajo advertencia de multa. La noticia de la cuarentena por la emergencia sanitaria de la covid-19 llegó, sobre todo, por la frecuencia de “Paisaje estéreo”, la emisora local.
Antioquia es una región rural. Según la Gobernación, el departamento cuenta con 261 corregimientos y 4.353 veredas en las que hoy los días también son de aislamiento, silencio y salidas controladas.
Una vez en una tormenta, cuenta Teresita Sánchez, habitante de la vereda La Cruz del corregimiento de Sevilla en Ebéjico, se dañó la línea telefónica y desde eso no hay comunicación por ese medio en la zona. Entonces, se pregunta ella, qué pasará con los vecinos que no cuenten con un celular en caso de urgencia
Desde su casa, dice, alcanza a ver cómo toman vuelo los drones de la policía con los que la alcaldía vigila que todos estén en casa. Y, en efecto, los vecinos no salen, las familias prefieren los domicilios.
Las autoridades, cuenta Valentina, también dan la ronda en Entrerríos y solo están abiertas las farmacias o mercados. Una carnicería implementó los domicilios. Las tiendas son pequeñas y estrechas, en algunas un operario con tapabocas recibe la lista en la puerta y se encarga de entregar los paquetes para evitar amontonamientos.
La facilidad para salir a un hospital, eso sí, nunca ha existido. Por esta época, dice, sí que menos con los mototaxis y chiveros paralizados. El que no tenga un automóvil particular se quedó varado. “No tengo idea”, apunta Valentina, “de cómo hace la gente aquí cuando se enferma”.
Sacar la cosecha, otro lío
En municipios como Abejorral, en el Oriente, cerca del 65 % de la población reside en las veredas. Así lo precisa Julián Andrés Muñoz, alcalde de la localidad. Cuenta, además, que instalaron un puesto de control a la entrada del municipio que, por ahora, les ha dado buenos resultados.
Para atender a la población, además, garantizan la prestación del transporte rural con 28 camiones escaleras, que le sirven a los campesinos para abastecerse. En Pantanillo, el corregimiento más importante, ubicaron una estación de policía.
“Ahí hemos sido rigurosos porque esa vía comunica al municipio con La Pintada. La gente creyó que, por estar en un corregimiento, no íbamos a hacer control. Ya se han puesto comparendos en esta estación por desacatar la norma”, dice Muñoz.
En Abejorral siguen abiertas las tiendas, carnicerías, farmacias o graneros de agroinsumos, que son claves en la vida del campo.
La cuestión que tendrán que sortear pronto es qué hacer con las cosechas. La temporada de aguacate terminó y no hay producción a gran escala, pero prevén una traviesa de café en abril o mayo, que les obligará a definir cómo será el transporte y también conseguir la mano de obra requerida, incluso en plena emergencia.
El alcalde de Betania, Carlos Mario Villada, se muestra más inquieto. El mandatario explica que esta semana realizaron un comité de gestión del riesgo porque les preocupaba la falta de control en el sector rural, que en Betania está representado en 32 veredas y un corregimiento.
La primera estrategia fue crear, junto a las empresas transportadores locales, una serie de rutas para garantizar el desplazamiento de los habitantes. Cada día, una ruta desplaza hasta el casco urbano a los habitantes de seis veredas. No puede haber personas de otras veredas usando los buses los días que no les correspondan.
“El objetivo es que el día que tienen la ruta compren los alimentos, cobren los subsidios y apoyos económicos, regresen a la vereda y esperen ocho días más para regresar al casco urbano”, dice el alcalde.
Aún así, en la zona rural se siguen aglomerando personas: en las fondas, las placas polideportivas, los parques. “No es tan fácil llegar con las fuerzas militares hasta allí, entonces estamos recordándole a la comunidad rural que este decreto no es solo para los cascos urbanos. También es para ellos”, concluye.
Desde la vereda Las Margaritas de Copacabana, a Yeison Sánchez le preocupa el abastecimiento. Solo hay una tienda, pero faltan productos, no hay verduras ni carnes. No hay buses, tampoco, que los lleven a Guarne, el municipio más cercano, para complementar la despensa: “Esa es una dificultad muy grande para la gente que no tiene carro propio. Las dos tiendas que hay aquí no son suficientes”.
La cuarentena revela, también, problemas heredados: el agua, tan crucial en esta emergencia, se corta en ocasiones. Es un acueducto veredal, pero son problemas que existen hace décadas, no es algo fuera de lo común.
En sus 74 años, Rigoberto Rodríguez, habitante de la Vereda El Mazo del corregimiento de Santa Elena en Medellín, no recuerda una soledad parecida a la de hoy. Ve a las patrullas recorrer el campo, desde los límites de la vereda hasta el metrocable de Piedras Blancas, también cerrado.
El turismo está en pausa. Es una quietud que, menos mal, aún le da espacios para jugar al parqués y cuidar, como siempre, de las cosechas de maíz y cebolla.

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