El establecimiento La Magdalena de Rafaela podría cesar sus actividades productivas de prosperar un proyecto de ordenanza que busca prohibir el uso de fitosanitarios en un perímetro de 1.000 metros alrededor de la ciudad.

Esta vez la multipremiada y legendaria “La Magdalena” no llega a las noticias por su vieja costumbre copera de consagrarse como la Cabaña Holando más ganadora y longeva del país. No, esta vez lo que la trae a las portadas es el triste vaticinio de su propietario, Juan José Felissia: “Es algo que nos tiene literalmente sin dormir desde hace varios meses, nuestro destino se vería totalmente acotado y nuestra producción se tornaría inviable, porque este campo quedaría clausurado en su totalidad por esta probable ordenanza que prohíbe utilizar fitosanitarios en un área de 1.000 metros; es decir, el trabajo de cuatro generaciones y 85 años de selección y mejoramiento del Holando quedarían borrados por una norma que no se justifica”.
Para entender la problemática que se plantea a partir de este proyecto de ordenanza presentado por la concejal del Frente de Todos, Brenda Vimo, que pretende extender los límites de prohibición en todo el distrito, hay que puntualizar algunos datos.
Rafaela ya cuenta con una ordenanza (N° 3.600) que regula y controla el uso de fitosanitarios en la actualidad, que establece un área de exclusión de 200 metros desde la línea de urbanidad más 300 m de zona buffer supervisada, la cual se cumple y ejecuta con normalidad desde 2004. Además, según algunos concejales consultados, el Municipio no tiene denuncias por contaminación con productos fitosanitarios o gente afectada con enfermedades asociadas directamente a la producción agropecuaria del periurbano. Tampoco existen antecedentes de demandas judiciales o juicios en curso a causa del uso irresponsable de productos fitosanitarios en el periurbano. Y finalmente, Rafaela no se encuentra en una zona excluyentemente agrícola o afectada por sistemas de monocultivo, sino que su característica agroecológica primigenia no ha sido transformada ni degradada a lo largo de sus más de 100 años de historia productiva.
Por todo ello, la preocupación de Felissia ante esta eventual afrenta legislativa, es común a la de los 26 productores que componen el periurbano rafaelino, un distrito bendecido por la aptitud productiva de sus suelos y el abolengo tambero que le dio su merecido galardón como epicentro de la cuenca lechera más importante del país.
En este sentido, en el Concejo Municipal de Rafaela se instaló un debate que pretende oponer el cuidado de la salud de las personas al sistema de producción agropecuaria vigente, forzando una discusión remanida, porque quienes lo proponen, anteponen sus preconceptos ideológicos a la realidad productiva y a la reputación de estos productores, comprometidos con el medioambiente y el cuidado de la salud de las personas y los animales.
Fuera de contexto
Según el análisis de los damnificados por esta normativa, comparar el impacto ambiental de la producción agrícola extensiva de un pool de siembra sojero con estos productores tamberos de pequeña y mediana escala, muchos de ellos minifundistas, es errar el concepto de base para una ordenanza de semejante nivel restrictivo. Para dar una noción de su impacto, el distrito de Rafaela pasaría de sus actuales 700 hectáreas sin fitosanitarios a casi 4.000 ha afectadas por las restricciones, sacando del sistema a la mayoría de los productores lindantes, incluida esta prestigiosa cabaña Holando.
Lo que indigna al propietario de “La Magdalena” en definitiva, es que la ordenanza no parece estar pensada desde una genuina necesidad local, acorde a las características productivas y culturales de una ciudad como Rafaela, sino más bien parece ser la copia descontextualizada de una normativa que proviene de otros lares o que se sostiene en otro tipo de intereses. Un campo mixto con rotación y dedicado a la producción de leche, no utiliza productos de alta calificación tóxica ni realiza más de tres aplicaciones anuales, incluida la fertilización de las alfalfas y el combate de los insectos. En este sentido, los concejales que impulsan la iniciativa pareciera que no contemplan los perjuicios que podrían ocasionar con una ordenanza de esta naturaleza y que condena a priori la producción de alimentos y su cadena de valor.
Felissia confiesa que lo que más le duele es el agravio a la lechería y los ataques mediáticos de la concejal que los señala como “envenenadores de la ciudad”, cuando en realidad “toda la vida hemos trabajado cuidando la salud de las personas y los animales”. El cabañero hace referencia a varios tuits de la legisladora que se hicieron virales en estos últimos tiempos, donde acusa a los productores de ser parte de “corporaciones que destruyen el medioambiente y nos envenenan”. Vimo indignó a los productores tamberos de la región, cuando se burló del “monumento a la vaca” que se erige en el predio de la Sociedad Rural rafaelina, un símbolo de la cultura ancestral de la ciudad y su genuino estirpe lechero, que hizo crecer y desarrollarse a “la Perla del Oeste” con sólidas industrias lácteas, tambos modelo y reconocidas cabañas como la de Felissia.
La Magdalena, orgullo rafaelino
“Nuestro bisabuelo llegó a esta tierra en 1885, sólo cuatro años después de la formación de Rafaela”, rememora Felissia. Así fue el inicio de una historia bien lechera que al cabo de unas décadas encontró en Ricardo Armando (tío, padrino, mentor e inspirador de Juan José), al hacedor de la trayectoria de La Magdalena, que tiene en su haber varios hitos de la lechería nacional.
Según los registros de la Sociedad Rural Argentina, único ente que posee estadísticas de más de 100 años, “La Magdalena” es la cabaña en actividad más antigua del país en la cría del Holando.
En 1938, con el nombre ya definido, la cabaña comenzó a participar con sus animales en los concursos de la Exposición Rural de Rafaela, al tiempo que emprendió el camino del mejoramiento genético de la raza que la convirtió en poco tiempo en una marca registrada para los criadores de todo el país.
En 1954 Don Armando viajó a Holanda sin saber idiomas para traer animales para su cabaña; algo que repitió en 1967 en Estados Unidos y Canadá, donde invirtió todo lo que tenía para importar la genética que le daría con los años, la característica distintiva a sus ejemplares puros de pedigrí.
En 1972, cuando Armando fallece, Juan José era sólo un joven pero con la pasión absolutamente acuñada por su tío y su padre, de quienes aprendió el arte de criar y seleccionar animales. Cuando en 1981 fallece su padre, queda definitivamente al frente de “La Magdalena” junto a sus hermanas.
En 1987 Felissia realiza otra gran importación desde Norte América y pone a la cabaña rafaelina en lo más alto del desarrollo genético Holando argentino. En adelante y hasta la actualidad, es una de los criadores más premiados y reconocidos de América Latina, lo que le valió convertirse en jurado internacional de la raza Holstein.
En 2014, Juan José cumplió su sueño merecidamente, al ser invitado como Jurado en la competencia de ejemplares lecheros más importante de Australia, una de las tres más importantes del mundo, la International Dairy Week.
La sala de trofeos de la cabaña incluye innumerables campeonatos, premios y reconocimientos a su dilatada trayectoria de criador, jurado y experto en la raza insignia de la lechería nacional, que se podría escribir un libro con su fructífera historia. El mismísimo Horacio Larrea, el genetista y experto Holando más renombrado del país, escribió el año pasado sobre Felissia: “él fue el que marcó un antes y un después en las exposiciones de Argentina, el que cambió la forma de preparar y presentar los animales (…) Todos hemos aprendido de él sobre cómo se deben cuidar las vacas y fue quien subió la vara de la competencia (…). Un ojo único para saber cómo evolucionan los animales y cuál de las terneras va a ser buena como vaca (…) Extraordinario en la pista, por la consistencia de lo que le gusta y la solidez de sus fallos. Con él no aprende sólo quien no quiere”.
Del sentido común
Todo eso, que hoy corre riesgo de quedar discontinuado es lo que tanto angustia a Felissia, que se pregunta por qué los concejales de la ciudad no intentan buscar otras formas más modernas y efectivas en el control del uso de productos que hoy son necesarios para mantener la eficiencia y sustentabilidad de las empresas.
Por otra parte y lamentablemente, si esta cabaña cierra a causa de una ordenanza anacrónica, perderán su empleo más de 50 personas que trabajan para la cabaña, entre otras tantas que interactúan con su cadena de valor, a saber: 5 familias de tamberos y 4 empleados categorizados (todos con casa y servicios a cargo de la empresa); 3 Ingenieros agrónomos; 4 Médicos Veterinarios, y tres decenas de asesores y servicios fijos, que movilizan una virtuosa rueda económica en esta región.
Y este es sólo uno, de los nueve casos que se encuentran en situación similar en el periurbano de la ciudad. Es que las empresas tamberas son generadoras compulsivas de inversión y empleo directo con arraigo territorial. No son establecimientos estáticos, sino que están en permanente evolución y constantemente adoptan tecnologías de producción que minimizan el impacto ambiental y que mejoran la calidad de vida de las personas.
Felissia culmina el reportaje con una cita que buscó para la ocasión: “decía Thomas Sowell que es fácil estar equivocado y persistir en estar equivocado, cuando el costo de estar equivocado lo pagan otros”.

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