Los datos oficiales comienzan a confirmar lo que muchos alertaron en los últimos tiempos. Este año habrá una caída en la producción de leche que ya se hace sentir.

Según la Secretaría de Agricultura, en marzo pasado se produjeron 822 millones de litros, lo que significa una caída de casi 2% respecto de febrero (que fue un mes corto y por lo tanto la baja promedio por día fue de casi 8%). También hay una caída de 3% con relación a marzo del año pasado.

En el acumulado del primer trimestre, el resulto es por primera vez negativo, la caída es de 0,2%. Ercole Felippa, presidente del Centro de la Industria Lechera (CIL), ya había anticipado a Bichos de Campo que el sector espera una caída en torno al 7% para todo el año.

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Ese pronóstico parece chico en función de las proyecciones de los tamberos, que esperan entre 10% y 15% de caída. En cualquier caso, es mucho. Tambos e industrias necesitan de la leche para sostener costos cada vez mayores. Nadie quiere producir poco.

Este comportamiento del primer trimestre marca muy probablemente el inicio de una tendencia que se mantendrá en los meses del otoño e invierno, cuando los fríos arrasen con las pocas reservas de forraje en los campos que quedaron diezmados por la seca.

Para colmo de males, para esta y las demás actividades transformadoras de maíz en proteínas, este año se complicará conseguir ese grano, lo que podría encarecer el poco producto disponible.

Es cierto que la cosecha de maíz va a exceder en mucho a la demanda interna, pero hay que ver qué juego hace -y cuál le permite hacer- el gobierno a los exportadores de cereales, además de la actitud de los agricultores para vender su magra cosecha. Hay quienes dicen que con el Dólar Soja muchos van a intentar retener el cereal.

El escenario climático y productivo va a seguir afectando a la lechería al menos hasta la primavera. Hay analistas que esperan un cambio en la tendencia a partir recién de esa fecha, ya que si se cumplen los pronósticos de lluvias podría recomponerse la base forrajera.

Así como los efectos negativos de las políticas y el clima impactan de corto, mediano y largo plazo, las reacciones a los estímulos positivos pueden demorar. “No llueve pasto”, dicen en el campo. Cuando se cuente con ese insumo recién comenzaría a revertirse la baja productividad de los tambos.

Es cierto que la mayor parte de la oferta proviene de establecimientos grandes, que tienen más espaldas financieras y mejor programada la provisión del alimento, pero también esas empresas fueron afectadas por la seca.

El resto de los tamberos -que producen menos de 6 mil litros diarios y que son la mayoría en número- están en perores condiciones en todo sentido y son los que van cayendo hacia el embudo de la desaparición. Son los sujetos agrarias que las políticas deberían intentar rescatar.

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